domingo, 2 de octubre de 2011

Aprendiendo a mirar.

Vengo a aporrear teclas, a intentar corroborar en propia carne aquello que dijese el bueno de Pablo Picasso de que la inspiración existe pero que debe encontrale a uno trabajando.
Inspiración versus transpiración que promulgara otro grande, Thomas Alva, el falso padre de esas bombillas incandescentes que a día de hoy pueblan -rodantes como pollos sin cabeza- los fondos de nuestros cajones, desplazadas por sus jovenes hermanas de bajo consumo.
La bombilla, ese simbolo de idea genial sobre nuestra cabeza, aquella luz, llamarada sagrada sobre las cabezas de los doce elegidos por el Rabí de Galilea.
La idea. La fuente de todo movimiento y acción. La manzana golpeando la cabeza de un melancólico Newton y que dio pie a todo un torrente de fórmulas físicas.
El punto de partida, el apoyo que pedía Arquimedes para mover el mundo. Ese punto es el que yo busco, el que todos buscamos, pero rara vez lo encontramos aún teniéndolo no ante nuestros ojos, sino en nuestros ojos. No estamos ciegos, es que no sabemos mirar, nos diría Saramago.
¿Así que de eso se trata? De saber mirar, de saber aguantar la mirada dentro de uno mismo sin temor a los monstruos que podamos encontrar en las profundidades de nuestro particular lago Ness. De aprender a mirar fuera, a los ojos espectantes que nos rodean y mantenerles la mirada, para encontrar en ellos la luz de una ilusión que llevar con nosotros el día que estemos preparados para sumergirnos en las aguas en busca de la criatura que en realidad somos.
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