domingo, 13 de diciembre de 2009

Hoy dice el periódico.

Hoy dice el periódico... (20 minutos, lunes 30 de noviembre de 2009)

Libra: Sé más selectivo en lo que decidas. Elimina todo aquello que sabes que te afecta o te invalida. Anímate a escribir.

Tres sentencias a cumplir, o a intentar cumplir.

¿Pero qué es lo que se recomienda a todos aquellos que como el que escribe nacieron bajo la inestabilidad de la balanza?

Ahí está la clave de todo horóscopo, interprételo usted mismo, amóldeselo a su vida, metabolícelo y... voilá, el/la gurú de turno habrá acertado, habrá dado en el clavo y usted se preguntará cómo es posible que alguien que no le conoce de nada sepa de sus desajustes intestinales, o lo que es más extraño aún, conozca los tormentos de su vida en pareja cuando no dispone aún de ella.

Alguien dijo que en un libro sólo encontramos aquello que ya llevamos dentro, sólo nos quemará la retina aquello que de algún modo ya hemos vivido o sentido antes, sólo llamará nuestra atención aquello para lo que estamos predispuestos a aceptar dicha llamada. Pues bien, cambien la palabra libro por la palabra horóscopo y tendrán la clave.

Si me salto las dos primeras recomendaciones, igual que las ignoré al leer el horóscopo por primera vez, llegamos a la que llamó mi atención, a aquello para lo que estaba predispuesto y con los ojos anhelantes a recibir como propio.

Anímate a escribir.

Por eso estoy ahora escribiendo; porque llevaba tiempo sin darle a la tecla, porque en el fondo de mí algo me decía: - escribe, hace tiempo que no escribes-, pero no encontraba el momento que no el lugar, la mayoría de las veces el momento lo es todo. Y cuando leí lo de anímate a escribir, dije, ahí la has dado campeón, acertaste, le diste al chisquero y la mecha prendió, pero prendió más que nada porque la pólvora ya estaba inflamada, porque el deseo, siempre el deseo, ya estaba presente.

Esta es la genial excusa por la que hoy escribo, mañana probablemente encuentre otra y quién sabe, igual si no la encuentro sea hasta capaz de inventármela.

Pues sucede que escribo, y sucede que me pican los dedos y no sé si es del frío que por fin llamó a las puertas siempre abiertas (depende para quien) de Madrid o de las palabras que se agolpan en ellos.

Sucede que en la calle ya es navidad o al menos intentan que lo parezca. Las luces –ecológicas las llaman, como si tuviesen al sol haciendo horas extras- alumbran las calles más emblemáticas de la ciudad; las más emblemáticas he dicho, la mía y la de tantos otros como yo, no, claro está, siempre hubo clases; Por eso la mía es de las buenas, porque si me esfuerzo un poco/bastante todavía soy capaz de encontrar alguna estrella ecológica perdida en el cielo negro, como si una puñalada hubiese agujereado la bóveda celeste.

Mi calle no se llama melancolía pero en estos días es gris y tal vez un poco triste, las hojas de los árboles las barre el viento y los lunes un señor con la piel color tabaco que por el porte debe ser como poco ecuatoriano y como mucho peruano.

Ya lo dije, siempre hubo clases; Envidio al señor que barre las hojas de mi calle. Porque él más que nadie las oye crujir cuando las pisa, porque él tiene una escoba de cerdas verdes capaz de hacer enormes montones color otoño.

Mi calle, a pesar de ser triste, también tiene mendigos, y lo curioso del caso es que a pesar de pasarse las horas sentados en un triste banco de madera descolorido por la lluvia y el sol, en un parque triste que linda con una calle como ya dije anteriormente no menos triste, parecen más alegres que sus iguales de calles mas alegres, iluminadas y bullangueras, igual es simple cuestión de perspectiva comparativa. Quién sabe. Me pregunto si los mendigos celebrarán la navidad, y me sorprendo al pensar que es probable que a su manera lo hagan. Es imposible comportarse como si se tratase de un día más, aunque lo intentes, no te dejan. El entorno nos influye para mal o para bien, de ahí que me parezca inútil e incluso estúpido el mero hecho de plantearme el cumplimiento de la segunda recomendación. Para los disconformes consulten el Principio de Incertidumbre de un tal Heisenberg y aplíquenlo a las relaciones humanas.

Sigo en mi calle, aun no me he ido, aunque de vez en cuando divague y me pierda en los entresijos de mis pensamientos; como iba diciendo mi calle tiene mendigos, tiene hojas y tiene árboles, muchos árboles –es de lo mejor que tiene mi calle- que en verano dan sombra y en otoño alfombran las aceras, tiene también abuelos entrañables que nervudos cual olivo centenario y enervados, discuten sobre lo que deben ser reñidísimas partidas de cartas a la salida del centro de mayores. Hablan alto y claro, supongo que para hacer más fácil el trabajo a sus castigados oídos. Mi calle no la elegí yo, más bien me eligió ella a mí, o igual es más fiel a la verdad decir que me vino impuesta y hoy me alegro de tal imposición. En su día no pude decidir, no tenía margen de maniobra ni tiempo en el que maniobrar, fueron lentejas, y para mi fortuna las lentejas son uno de mis platos favoritos. Supongo que no se puede controlar todo en esta vida, siempre se nos escapa algo y lo único que podemos hacer es rezar –el que tenga fe- para que el azar se ponga de nuestro lado. Soy incapaz de ser selectivo con lo que decido, más que nada porque en última instancia las decisiones son únicas, singulares y no plurales, se puede ser selectivo con respecto a las alternativas, nunca respecto a la decisión.

Moraleja: No creáis en los horóscopos, lo más probable es que estén redactados por personas tan ociosas como yo, pero tomad de ellos aquello que os haga bien. Y ya sabes, anímate a escribir.

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miércoles, 28 de octubre de 2009

Memoria histórica. (3 de 3)

El telediario del mediodía abre con la noticia por otro lado nada novedosa de un nuevo atentado en Afganistán ejecutado por la insurgencia taliban, mostrando a media docena de hombres desharrapados con largas barbas negras y fusiles kalashnikov apuntando a un cielo libre de nubes, encaramados a un peñasco en algún lugar perdido de los pelados montes afganos. Doña Carmen mira el televisor de cuarenta y dos pulgadas comprado hace apenas tres días por su yerno en el Carrefour del barrio, cuando aparentemente sin venir a cuento dice, deteniendo la temblorosa cuchara a medio camino de la boca –estos para mi que son Maquis-
-¿Cómo dice madre?- Responde Angelines, la menor de sus tres hijas.
-Nada hija, nada, que está muy caliente el puré- dice sin apartar la mirada del televisor.
La siguiente imagen muestra a una mujer con el rostro surcado de arrugas y completamente cubierta de negro, abrazada al cuerpo inerte de un joven que se encuentra tendido sobre el polvoriento suelo, mientras la mujer llora, grita y golpea con su puño derecho el yermo suelo.
-Yo conozco a esa mujer- dice dirigiéndose a su nieta, aprovechando que su hija se levantó de la mesa para traer el segundo plato.
-¿Cómo va a conocer usted a esa mujer abuela? ¿No ve que esa mujer vive en un país que está muy lejos de aquí?
-Creeme hija mía. Esa es doña Micaela, la madre de un novio Maquis que tuve yo cuando era más o menos de tus años.
-¿Cómo? ¿Que usted tuvo un novio? ¿Y el abuelo? –dice divertida la nieta.
- Eso fue mucho antes de conocer a tu abuelo. Yo era una cría- dice intentando recordar, al tiempo que sus ojos de aguamiel parecen sonreír.
- Era escritor ¿sabes hija? Muy estudioso, conoció al bueno de Federico en sus años de estudiante en Granada, un día me recitó una poesía que decía haber escrito él, pero años después descubrí que era de Federico, seguro que le pidió a él que se la escribiera, la poesía no se le daba muy bien ¿sabes?-
La chica escuchaba a su abuela sin creer una palabra, pero le gustaba la historia. –hay que ver la imaginación que tiene la vieja- piensa para si.
-¿Y Qué fue de él abuela?
-¡Ay mi niña! Le fusilaron, allá en el pueblo, el mismísimo día de la virgen.
Dicen que le entregó el mal nacido de su hermano. Aquel torerillo de tres al cuarto que se daba aires de Manolete, cuando sólo se le parecía en el nombre.
Victoriano era muy guapo... y muy listo, y el hermano le tenía envidia.
Al llegar la guerra se alistó en el bando republicano, y su hermano, cómo no, en el nacional.
Al terminar la guerra volvió al pueblo, pero se echó al monte, con Los Maquis.
Yo sin que lo supiera madre subí un par de veces a verlo y llevarle algo para comer. Les pedí que se entregaran, pero no atendían a razones. Decían que la guerra aun no había terminado, que aún se podía derrotar a los nacionales.
Me enfadé muchísimo con él y nunca más volví a verle. Le quise muchísimo. Dicen que el primer amor nunca se olvida, y debe ser verdad porque yo nunca lo olvidé.
La nieta recoge el plato de la abuela y se dirige con él a la cocina.
-¿Qué te contaba la abuela, Sofía?- pregunta la madre a la hija.
-Pues qué va a contar mama, pues tonterías. Pues no dice ahora que tuvo un novio que era no sé qué del Maquis y que conocía a García Lorca. Para mi que se le va la pinza.
-Sofía, haz el favor de no hablar así de tu abuela. ¿No ves que está muy mayor y le falla la memoria?


…las guerras no tienen memoria y nadie se atreve a comprenderlas hasta que ya no quedan voces para contar lo que pasó, hasta que llega el momento en que no se las reconoce y regresan, con otra cara y otro nombre, a devorar lo que dejaron atrás. (Carlos Ruiz Zafón. La sombra del viento)
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lunes, 26 de octubre de 2009

Memoria histórica (2 de 3)

El cabo Felipe Ruiz bajó a los calabozos escoltado por otros diez guardias venidos de los cuarteles de Jaén capital. Mandó abrir las celdas y ordenó salir a los presos con las manos sobre la cabeza.
- ¡A todo aquel que nombre, que de un paso al frente!- voceó a la galería.
En sus manos sostenía tres folios con 10 nombres por folio. Personas con nombres y apellidos, padres, hijos, maridos, hermanos, amantes...
Por cada nombre que recitaba, uno de los guardias se acercaba al preso y previamente esposado lo sacaba bien a rastras o a empujones de la galería, entre los gritos y las blasfemias del recluso, para una vez en el patio del acuartelamiento montarlos sobre un camión militar custodiado por otros 10 guardias excesivamente armados.
Victoriano Rodríguez seguía con las manos sobre la cabeza cuando el cabo Felipe Ruiz pasó a leer los nombres escritos en el tercer folio. Aquella espera, aquella incertidumbre era incluso peor que la muerte. Si en ese momento le hubiesen dado a elegir entre aquella angustia y la muerte, sin lugar a dudas habría elegido la muerte. Nunca se consideró un valiente, pero había llegado a ese punto en el que la muerte le parecía el menor de los males. Si no le mataba un pelotón de fusilamiento acabaría haciéndolo la tuberculosis. La muerte en el paredón le parecía más digna, más poética, más punto y final.
Hasta que escuchó su nombre, hasta que sintió el metal de los grilletes apretándole en exceso las huesudas muñecas, entonces se dio cuenta de que no quería morir, que una bala atravesando su escuálido cuerpo no tenía nada de poético, que un segundo más de tuberculosa vida era preferible a la irreversible muerte. Entonces pataleó y gritó como lo habían hecho los 22 presos nombrados antes que él, se retorció y blasfemó, incluso pidió clemencia al igual que hicieran el resto de nombrados y por los cuales sintió asco y vergüenza apenas unos minutos antes. Ahora él era el cobarde. Ahora de verdad sentía el óxido sabor del miedo recorriéndole las venas. Ahora sabía que la hora del juicio final había llegado para él.
Al salir al patio, la abrasadora luz del mediodía le cegó, estaba ligeramente mareado y desorientado. La encalada fachada del cuartel municipal rezumaba blancura, tuvo que cerrar los ojos, y con ellos cerrados y entre empujones fue subido al camión. Lo que encontró al abrir poco a poco los ojos fue rostros demacrados y tatuados por el miedo, sentados a su alrededor en sendos bancos fijados a los laterales de la caja del camión. Cerro de nuevo los ojos intentando encontrar algo de sosiego y entonces unos rasgos de mujer aparecieron en su memoria, unos ojos almendrados y color miel le miraban con dulzura, una boca pequeña y apretada parecía recriminarle algo; un empujón le hizo desenhebrar el hilo del recuerdo y se vio obligado a abrir los ojos y a apretarse un poco más para dar cabida a un nuevo preso que era arrojado al interior del camión.
Pocos minutos después el camión recorría de forma pausada y con la caja totalmente cubierta por una cuarteada lona caqui las desiertas calles del pueblo. Tan sólo al enfilar la carretera principal, al aproximarse a la plaza de toros, Victoriano sintió el rumor de la vida al otro lado de la lona, al escuchar a lo lejos una orquesta y algunas voces de chiquillos cuyo contenido no fue capaz de desenmarañar, entonces cayó en la cuenta, era el día de la virgen, los iban a fusilar el mismo día de la fiesta del pueblo.
Quiso gritar, pero la oscuridad de la boca de un fusil situada a apenas un palmo de sus ojos, pareció tragarse su grito.
Cuando les bajaron del camión supo perfectamente dónde se encontraba. Aquella pinara la había recorrido palmo a palmo hacía ya años junto con su padre, recogiendo piñas, jaras y teas antes de comenzar cada invierno. Reconoció la vereda por la que a empujones de culata les conducían. Sabía que aquella vereda, doscientos metros más abajo, terminaba bruscamente en la tapia trasera del cementerio municipal.
Sintió cómo un saliente de piedra se le clavaba en un costado y cómo por encima de su cabeza aun quedaban dos palmos de muro. El sol le golpeaba de frente y apenas si podía entreabrir los ojos, lo suficiente como para ver frente a él los rostros impertérritos de cada uno de los 30 guardias que formaban el pelotón de fusilamiento.
Les habían atado las manos y pies y sellado la boca con jirones de sabanas, pero les habían dejado los ojos abiertos para que pudiesen ver como la muerte venía por ellos. Los bruñidos fusiles lanzaban destellos que parecían llegar del más allá.
Alzó la vista al sol hasta quedar prácticamente ciego. Tomó aire y aprovechando el ligero margen que le daban las ligaduras de sus pies, dio un pequeño paso al frente, pensando que a fin de cuentas aquella era una tarde tan buena como otra cualquiera para perder la vida.
El cabo Ruiz consultó su reloj de muñeca, eran las cinco en punto de la tarde, hizo un leve gesto con el dedo índice de la mano derecha, y al momento, un tronar ensordecedor se extendió por todo el pinar, haciendo que cientos de aves levantasen el vuelo.
Victoriano Ruiz apenas sintió dolor, tan sólo el acre olor de la pólvora inundando sus fosas nasales y una nube de humo gris a través de la cual creyó ver unos ojos almendrados color de miel.
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miércoles, 21 de octubre de 2009

Memoria histórica (1 de 3)

Eran las cinco en punto de la tarde en el reloj de pulsera del alguacil de la pequeña localidad jienense. Éste hizo un pequeño ademán con su mano derecha y de repente los sonidos de los clarines y timbales envolvieron a cada uno de los exaltados asistentes a la pequeña plaza de toros municipal. A lo lejos parecieron escucharse una salva de cohetes anunciando la llegada de las autoridades de la localidad. El tendido de sombra era un hervidero de cabezas cubiertas con sombrero andaluz, cigarrillos de liar y alguna que otra mantilla de riguroso luto. Los bloques graníticos del tendido de sol, prácticamente vacío, cegaron los ojos color verde oliva del señor alcalde, a cuyos costados parecía traer cosidos a dos guardias civiles con generosos bigotes y uniforme impecable. Tras él marchaba el señor párroco, todo de negro de la cabeza a los pies, a excepción del alzacuello, a pesar del abrasador sol.
Una fina película de sudor daba brillo a sus morenos rostros.
Los tricornios reflejaban la luz como agoreros espejos de azabache.
Se abrieron los portalones del coso que hacían las veces de puerta grande y un jinete montado sobre un caballo alazán partió en dos el amarillento circulo de albero con 24 marcas de herradura. El equino detuvo sus ollares frente a una bandera roja y gualda en la que en su centro aparecía estampado en negro un águila imperial. El jinete se descubrió al mismo tiempo en que el señor alcalde se ponía en pie con toda la majestuosidad de la que era capaz. Lanzó al aire una llave niquelada que tras desprender dos vagos destellos en su trayecto fue a parar al fondo del gris sombrero andaluz que portaba el jinete; este la recogió y acto seguido se cubrió de nuevo, saliendo al galope para al pasar a la altura del alguacil dejarla caer casi imperceptiblemente en la mano de este, mientras el garañón seguía al galope desapareciendo tras los portalones. Sonaron de nuevo los clarines, la rojiza puerta de chiqueros se abrió lentamente, un rectángulo de negrura sin fondo ocupó su lugar mientras los más pequeños se agachaban con la vana ilusión de poder penetrar con sus todavía ingenuos ojos aquella oscuridad extraterrena. De pronto, como creado a partir de aquella misma negrura, apareció altanero un morlaco de amplias astas y rizada testuz. La pequeña orquesta dejó de tocar. El animal, desorientado y cegado por el abrasador sol de aquella infernal tarde de agosto, giró sobre sus cuatro patas contemplando el, para él, extraño lugar. Un capote mostrado desde uno de los burladeros llamó su atención, se precipitó hacia él y con una bravura digna de los de su estirpe hizo saltar varias astillas de la barrera al tiempo que la cuadrilla que tras ella se guarecía se vino abajo, para así evitar de nuevo llamar su atención. Manuel Rodríguez “Manolito” contuvo la respiración y se tragó el miedo. Mordisqueó la descolorida capa y se santiguó casi de un modo mecánico. Se caló la montera hasta las cejas y dio un paso mas allá de la seguridad del burladero. Arrastraba los pies sobre la abrasadora arena, como intentando evitar el encuentro con el animal.
-¡He! ¡Toro! ¡He!
El toro giró su poderoso cuello hacia el lugar del que le había llegado el cite y se arrancó con todo su coraje animal. A Manuel Rodríguez le pudo el miedo, sus piernas eran de plomo, estaba clavado en el centro de la plaza y pensó que aquella era una tarde tan buena como otra cualquiera para perder la vida. Un olor acre le volvió en sí, vio como los cuartos traseros del animal pasaban bajo la pesada capa, y entonces fue cuando “Manolito”, la local y emergente figura del toreo, se hizo cargo de la situación, pasando Manuel Rodríguez a segundo plano. La gente enloqueció, los aplausos y los olés se apoderaron de la plaza, y Manolito entendió entonces que esa tarde no habría de ser en la que un astado le segara la vida, que aquella tarde comenzaba su triunfal vida como matador de toros, que atrás comenzaban a quedar el hambre y las penurias sufridas, y por un segundo, los aplausos y los olés nublaron tanto su entendimiento que no pudo evitar que el orgullo asomase a su mente y desease que él le viese allí, en el centro de aquella plaza en la que ya de niños correteaban y jugaban haciendo el uno las veces de toro y el otro las de torero, aclamado y reconocido por todos; mientras él, el hijo bueno y atento, el que había pasado sus años de juventud estudiando en Granada, se estaba pudriendo en un calabozo, comido por la fiebre y las chinches.
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viernes, 9 de octubre de 2009

29 veces 16 de octubre

Sucede a veces, sólo a veces, pocas veces, en que malditas las ganas que tienes de ponerte a darle a las teclas. Cuesta ponerse, encontrar ese rincón apacible y agradable en el que arrojar parte de la carga que uno lleva dentro. Vomitar esas letras espesas y pesadas como los aguaceros de este mes de octubre, este mes, curioso mes, en el que estos ojos que hoy miran y ven, por primera vez fueron cegados por la luz hace ya 29 años.
29 veces 16 de octubre.
¿Qué soy, ahora que soy un poco menos lo que hace 29 octubres quería ser?
Ahora que cuando giramos la cabeza comenzamos a ver los primeros cadáveres que nuestro inexorable caminar ha ido dejando atrás.
Qué fue de aquellas personas que fueron algo en nuestras vidas y hoy ya no lo son, que desparecieron en el polvo del camino, que se quedaron atrás o que avanzaron más rápido de lo que nosotros mismos éramos capaces, y de las cuales, a veces no sin dolor, nos tuvimos que soltar porque comprendimos que en su ímpetu nos arrastraban hacia un lugar al que aún no estábamos preparados para llegar.
Qué quedó de todo aquello. Tan sólo recuerdos, sonrisas, un muñequito de Messenger gris como el porvenir, un número de móvil que nunca volveremos a marcar, fotos en las que no nos reconocemos... Recuerdos.
A lo largo de nuestra vida, no para de entrar y salir gente de ella, los que quedan enganchados en sus ramas, los que a su vez nos retienen en las ramas de la suya, los que nos aguantan y a los que aguantamos, pasan a ser parte de uno mismo, y en el insensato afán del ser humano por ponerle nombres a todo, los llamamos amigos.
Lichis (La cabra mecánica) tiene una canción a la cual me gusta cambiarle a menudo la letra y endosarle otro sentimiento, con casi todos queda bien, y cómo no, la que nos ocupa hoy también la viene como anillo al dedo:
¡Amistad*, que bonito nombre tienes! ¡Amistad vete tu a saber donde te metes!...
Una vez leí que las personas que nos rodean (de las que nos rodeamos, pues las elegimos nosotros mismos) son las que nos hacen ser mejores cada día, y a medida que uno se aísla se vuelve peor y retrocede.
Últimamente me da la impresión que estoy retrocediendo demasiado.
Nos volvemos exigentes con nosotros mismos y con los demás, exigimos ser tratados y reconocidos como nosotros tratamos y reconocemos a los demás y cuando eso no ocurre nos sentimos defraudados.
Quizá en eso esté la clave, en que hacemos las cosas esperando algo a cambio, cuando lo saludable sería no esperar nada, hacer por hacer, sentir por el mero placer de sentir...
¿Pero es eso posible? Sinceramente creo que no. Considero la amistad como un bucle, como una interacción interpersonal que necesita de una retroalimentación.
En mi canción de cabecera, Drexler lo explica tal y como yo lo siento, tal y como yo lo creo:
“Cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da, nada es más simple, no hay otra norma, nada se pierde, todo se transforma”

Se me hace tarde, las decepciones afortunadamente no me quitan el hambre, (ojala pudiese decir lo mismo del sueño) y la rutinaria vida llama a la puerta para indicarme que ya es la hora, que fuera luce el sol, que hay un trabajo al que acudir, y para suerte mía, hay unos ojos que me entienden y me animan, y un abrazo que me saca el frío de un invierno que llegó antes a mí que al Corte Inglés.


“Que me disculpen los limpios de corazón y de memoria, pero siempre desconfié de aquellos que, llegados a cierta edad, tienen la conciencia tranquila y no se quedan con los ojos abiertos en la oscuridad, recordando los cadáveres que dejaron en la cuneta. Porque no se puede estar bien con todo el mundo. Vivir significa optar, elegir, moverse. Mojarse. Tomar posición y disparar contra esto o aquello, y también recibir disparos ajenos, por supuesto. Escribir, para que les cuento”. (Arturo Perez-Reverte)



*En el original Felicidad
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sábado, 19 de septiembre de 2009

Con el chucuchu del tren

Los campos de Castilla que poemara Machado giran excéntricamente frente a mí,bastas llanuras amarillentas manchadas de encinas verdinegras hasta donde a mirar la vista alcanza.Avanzo de espaldas a mi destino, a un futuro bosquejado en algun lugar ya perdido en mi memoria.Avanzamos, de espaldas, pero avanzamos, lo cual viene a no ser poco amigo Sancho.Cables de alta tensión rasgan un horizonte que se deshace en tonos violeta; arriba el cielo es cada vez más oscuro, cada vez menos cielo. Unos ojos, que son los mios, me miran difuminados desde el interior de un cristal, y me reconozco, y me alegro.La ventana ya no es ventana, ya no es paisaje, ya no es llanura infinita; ahora es espejo, y en el espejo está ella, lee y de vez en cuando me mira, nos miramos y solo somos sonrisa, dos sonrisas.No hay sonrisa fea, ni tan siquiera la mia.Atras, o tal vez adelante, dado mi extraño avanzar, quedaron ellos, la amistad y la hospitalidad, agitando timidamente la mano, en pie, esperando pacientemente la partida, para brindar al aire un último adiós.
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miércoles, 26 de agosto de 2009

Perder para encontrar

Hay cosas que se leen y se le quedan a uno rebotando en la cabeza hasta que un día, quizás mucho tiempo después, esas letras leídas tiempo ha, encuentran una vía de escape, la grieta por la que salir y ver de nuevo la luz de un día que a pesar de parecer el mismo, siempre es distinto; ni nosotros somos los mismos ni los fotones que iluminan nuestros pensamientos son los mismos. “Panta Rei” lo llamó Heráclito.
El caso es que hoy he encontrado una columna publicada en el periódico ADN el 23 de julio de 2009 en una pequeña agenda -de esas que uno usa para anotar las pequeñas reseñas propias de una vida construida a base de rutinas- que tenía ligeramente olvidada debido al escaso uso que de ella he hecho durante estos meses estivales en los que la actividad del mundo y de uno mismo parecen detenerse, a pesar de que en el fondo somos plenamente conscientes que no es así. El planeta sigue girando sobre su inclinado eje con esa hipnótica cadencia de 24 horas y pico por día, los humanos siguen matándose en lugares que llevan por nombre Irak, Afganistán, Cachemira, El Chad, Darfur, Georgia, Israel, Palestina, Birmania, Nepal, Sri Lanka, Argelia, Guinea Conakry, Angola, Yemen, Sudán, Liberia, Colombia, México, España... y los bosques de un Planeta Tierra cada día más gris ceniza, siguen ardiendo, la mayoría de las veces debido a la codicia, la locura y la estupidez humana. La columna en cuestión la firma Mariola Cubells y lleva por nombre El poder de verdad. Sabía que la había recortado del periódico y guardado en algún sitio, pero para variar no recordaba en cual; la recordaba en parte, sabía que era buena, sabía de qué trataba y en qué términos, en varias ocasiones he estado haciendo memoria intentando recordar dónde podía haberla metido, hasta hoy, que sin buscarla -como la mayoría de las cosas buenas que nos suceden en esta vida- ha aparecido.
Habla sobre el verdadero significado del Poder, sobre lo que significa en realidad Ser Poderoso, y como a veces nos confundimos o dejamos que nos confundan con lejanos cantos de sirena.
Como no me ha parecido suficiente la búsqueda que hice en mi memoria intentando recordar dónde coloqué el recorte en su día y como después de tener el papel en mis manos y leerlo de nuevo he vuelto a sentir que es realmente bueno, y que por qué no, igual os apetecía leerlo, me he dedicado a buscarlo por Internet, al final me ha sido más sencillo encontrarlo en el ciberespacio que en mi desordenada existencia.
Os dejo el enlace esperando que al menos os haga pensar.
http://www.adn.es/blog/mariola_cubells/opinion/20090723/POS-0001-verdad-poder.html

Ah,por cierto, he vuelto.
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Escrituras postveraniegas.

En Madrid el mes de agosto comienza a agonizar por las piscinas envuelto en una bolsa de aire africano que hace que el mercurio de los termómetros levite por encima de los 36ºC durante todo el día.
La playa que ya echasen de menos The Refrescos allá por los ochenta sigue dándole calabazas a esta la capital del reino, pese a los denodados esfuerzos que está haciendo en la ribera del Manzanares el faraón en prácticas Ruiz-Gallardón por que las palabras Madrid y playa no aparezcan de la mano en los diccionarios de antónimos de la RAE.
A pesar de los calores inherentes a un mes y una ciudad como ésta, estoy de acuerdo con la frase que de tan manida ha acabado por convertirse en axioma que dice que el mejor mes para trabajar en Madrid es este que comienza a escapársenos de las manos.
A las pruebas me remito. Escribo por puro aburrimiento desde mi lugar de (no)trabajo intentando escapar de las garras del sueño generado por unos apuntes de metalurgia extractiva que me contemplan amenazantes desde mi izquierda con fórmulas ininteligibles subrayadas en amarillo fluorescente a modo de armas.
Para muestra un botón.

∆Gox0 + ∆Gred0 + Wox + Wred + R T ln [ame2+ ∕ ao21/2 aH+2] =0

Espero que ahora me entendáis.
En El País del día de la fecha, también gracias al (no)trabajo del que hablaba anteriormente un titular ha llamado mi atención. “Bibliotecas de cuatro patas” decía en letra negrita. Encima de tan curioso titular hay una foto de un señor con sombrero de paja a lomos de un burro, mientras bajo su brazo izquierdo porta un cartel escrito a mano y con letras azules en que se puede leer “biblioburro”.
El pie de foto dice así: “Luis Humberto Soriano y su biblioburro camino del pueblo colombiano de El Brasil.”
Parece ser que el bueno de Luis Humberto -maestro de profesión- cayó en la cuenta que de que el fracaso de sus alumnos se debía a que los únicos libros que habían visto en su vida eran aquellos de los que el se valía para dar sus clases. Recordó entonces el viejo burro que dormitaba en la casa de labranza de sus padres y decidió llenar sus alforjas de libros y recorrer durante los fines de semana las veredas del departamento de La Magdalena descubriendo a los niños mundos y seres nuevos y maravillosos. La idea cuajó y Luis Humberto cuenta a día de hoy con una flota de 22 burros en los que transportar los aproximadamente 400 títulos que ha conseguido reunir y que se van rotando por ocho escuelas, cuyos nombres tras pronunciarlos me dejan en la boca un regusto a García-Márquez que me empuja a enumerarlos también aquí.
Piñumbe, Karakatá, Atiurumeke, Makogeka, Zigkuta, Jeurwua, Gamuke y Busingekun.
La historia cuando menos es curiosa, digna de servir de inspiración para la nueva campaña de Aquarius que esté por venir, aunque igual, la palabra burro deba dejar de utilizarse como sinónimo de persona bruta o incívica.

Madrid 19 de agosto de 2009
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miércoles, 5 de agosto de 2009

Al otro lado de la línea divisoria.

Escribo desde el otro lado de la línea divisoria. Un paso más allá de la frontera. Allí donde acaba el egoísmo del yo y comienza el altruismo del nosotros.
El ya viejo tren de la vida cambió de vía, el traqueteo del vagón recorriendo los primeros metros de rail es el sonido de sus pies desnudos pisando de puntillas el fresco suelo en estos primeros días de todos los agostos que están por venir.
Me gustan las montañas que se ven al fondo.
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martes, 14 de julio de 2009

Mudanzas

Toda mudanza tiene algo de viaje al pasado, de encontrar en los rincones más deshabitados piezas del puzle que es a fin de cuentas nuestra vida.
Cajas repletas de recuerdos, recortes de prensa amarillentos por el tic-tac del reloj. Libros, y en esos libros, dedicatorias que hoy al releerlas toman un nuevo sentido; Desde pequeño escuché -los libros no se tiran- y eso es lo que ha salvado del vertedero a las mencionadas dedicatorias que ahora me dibujan una triste sonrisa en la boca.
Entradas de eventos a los que asistí y que por algún motivo que no sé explicar guardo como reliquias, como si por el hecho de conservarlas mantuviese la posibilidad de viajar a un tiempo pasado que nunca fue mejor.
Me doy cuenta de que guardo demasiadas cosas que racionalmente no tienen ningún valor. Racionalmente, he dicho.
Hay puros de boda que nunca fumaré, pero la vitola conmemorativa que los rodea les salva de arder en el fuego del olvido, seguirán conmigo, aún no encuentro el motivo, pero estoy seguro que el motivo existe.
He encontrado guardadas en sus respectivos sobres coloridas tarjetas de cumpleaños firmadas siempre por las mismas cuatro personas -que os voy a contar que no sepáis-. La más antigua se remonta a una época en la cual el que escribe acababa de cumplir 22 añitos, se trata de una de esas tarjetas que tienes que ir desplegando y van apareciendo nuevos mensajitos a medida que vas abriendo la susodicha, para acabar convirtiéndose en un póster, bastante grandecito la verdad, y en el que aparece una señorita llevando un bañador que parece del siglo pasado.
Dice así: “Por tu cumpleaños…/ …conociendo tu innato buen gusto y elevado sentido estético…/ …te he comprado una tarjeta de felicitación…/ …que tengo la absoluta certeza…/ ¡…no te dejará indiferente!”.
Y luego como es de suponer está repleta de mensajitos, algunos bastante subiditos de tono.
Un póster de una tal Mireia Artal ha aparecido también en este carrusel de recuerdos para alegrarme la vista, se trata de la ganadora del concurso Vecinitas FHM del año... ¡2004! La pobre muchacha pasa a la bolsa de papel reciclado sin pena ni gloria, que lástima... pero ya he dicho que no encuentro una explicación por la que un objeto se salva y otro no, serán cosas del destino.
Folios escritos a mano, con lápiz, de esos de mina dura, que arañan el papel y dejan un rastro perla sobre él, aparecen guardados en una carpeta de cartulina amarilla en la que en letras verdes aparece el nombre de una academia para futuros ingenieros; el primer folio escrito data de junio de 2003 y lleva por nombre “Las mil y una gracias”, a este le siguieron otros más, de tal modo que la carpeta tiene un grosor considerable, a día de hoy todos esos folios entran en un aséptico archivo Word que lleva por nombre “Sentimientos en voz baja” compuesto por 124 páginas y que tan solo pesa 494kB. Tengo dudas sobre qué hacer con ellos, condenarlos a la trituradora o dejarlos que sigan acumulando polvo en cualquier otro rincón. No sé qué hacer. De momento pasan a convertirse en los cimientos de un nuevo montón al que mentalmente pongo por nombre Pendiente.
Aparece un recorte de un articulo publicado en El País el domingo 28 de agosto de 2005 y firmado por Ray Loriga, en el que subrayado en rosa fluorescente se puede leer: “La vida se va cerrando con nosotros dentro, da igual si son los demás, o uno mismo, quienes van poniendo, uno tras otro, los barrotes. El resultado no varía nada en lo esencial. De todo lo que soñamos ser, después de muchos descartes, solo queda lo que somos.” No entiendo porqué con el paso del tiempo, determinadas sentencias toman nuevos sentidos, de todos modos, hace tiempo que interioricé la esencia del párrafo, así que ahora mismo ya es una pelota de papel dentro de una papelera.
Esta si que es buena, no recordaba haber escrito a mano tanto sobre esto, he encontrado cinco folios que tienen por nombre "citas, frases y comentarios interesantes", al igual que los anteriores folios manuscritos también se encuentran ya en su correspondiente archivo Word manteniendo el nombre inicial, si no recuerdo mal debe de contener a día de hoy del orden de ochocientas citas, cita arriba cita abajo. Sí, tengo mis rarezas, lo admito, pero soy del todo inofensivo.
Un plan de emergencia y evacuación de un centro comercial aparece junto a una serie de de denuncias efectuadas durante el periodo de tiempo que un servidor quemó suela de zapatos en su línea de cajas. Destino: papelera, previos cortes de tijera.
Perdonen ustedes el desorden de mi escritura, pero escribo tal y como voy reencontrándome con mis pequeños tesoros, y algunos de ellos hoy se me antojan de total actualidad. En una entrevista publicada en El País el domingo 17 de abril de 2005 a Vicente Ferrer (DEP) encuentro subrayada una respuesta lapidaria en la que afirma: el mundo se puede definir como tres cuartas partes de pobreza y una cuarta parte de egoísmo. Solo esa sentencia hace merecedor al papel en cuestión de su salvación eterna, la misma que merece el bueno de don Vicente.
Artículos sobre el cambio climático, centrales nucleares, energías renovables, minería, plantas de licuefacción de gas en el ártico, viajes por la Patagonia argentina, el Perito Moreno, Tierra de Fuego... a la bolsa de papel para reciclar.
Varios reportajes y entrevistas a Joaquín Sabina... al montón de pendiente.
Otro recorte viene a recordarme que hubo un tiempo en el que los que viajaban en cayucos escapando de la miseria eran los propios españoles, cruzándose nada más ni nada menos que el Océano Atlántico, allá por el año 1949, a bordo de veleros como el Elvira con rumbo a Venezuela. Se salva de la quema, le tengo designado un capitulo especial.
Fotos, muchas fotos, que si soy sincero algunas me da cosa mirar. Lo hago y no pasa nada. Son fotos, no hablan, se quedaron ancladas en un instante del pasado del que no tienen capacidad para volver.
También hay cartas o e-mails que no tuve el valor de enviar y que como es obvio hoy tampoco lo haré. Miento, sí las enviaré, pero no a sus destinatarios.
Hay un folio que por momentos me intranquiliza, en el encabezado pone preguntas sin respuesta, en su día las obtuve pero resultaron ser mentiras. Tacho el encabezado y le pongo un nombre más apropiado, preguntas que se respondieron con mentiras. Le hago un pelota y lo tiro a la papelera.
Es curioso esto del proceso selectivo. Esto sigue conmigo, esto no, esto depende...
¿Qué fuerza interior es la que me guía hacia cada una de las decisiones?
A ciencia cierta no lo sé.
Estoy rodeado de montones de papel por todas partes.
Por hoy ya está bien, mañana sigo, pero lo más importante está hecho, las cosas que a simple vista son insignificantes pero que en realidad son las más importantes ya tienen marcado su destino. Sé que lo he hecho bien, porque en ningún momento las decisiones las he tomado guiado por la razón.
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viernes, 10 de julio de 2009

Toda la vida es ahora.

Hay días en los que uno no está para nada ni para nadie. Va a ser que este es uno de ellos. No me apetece ni tan siquiera pensar; tan sólo dejar pasar el tiempo, y que este nos otorgue cierta perspectiva, ver el conjunto, ignorar el árbol para apreciar el bosque, que diría el místico. Sí, puede que hablando fino, tenga el día místico, pero hablando grueso y de manera inteligible puedo escribir sin confundirme que tengo el día tonto, como el tiempo, de tormenta, por eso supongo que es mejor esperar a que escampe para comenzar a pensar, quien sabe, igual un relámpago acaba por estimular la actividad de mi cerebro.
Hay que tomar una decisión que hoy es importante, pero lo más probable es que mañana esta importancia sea relativa, y yendo aun más allá, después de muchos mañanas, reiremos al recordar la angustia que hoy no nos deja pensar.
Esto es la vida y en esto consiste vivir, en tomar decisiones, unas importantes y otras insignificantes, unas acertadas y otras erróneas, pero lo trascendental es saber aceptar las consecuencias que dicha decisión acarree. Eso es lo difícil. No culpar al mundo de nuestras desgracias, ser consecuentes y admitir que somos al mismo tiempo jueces y parte de todo aquello que ocurre en nuestra vida y alrededores, que un gran porcentaje de nuestros aciertos y errores nos pertenece en exclusiva, de ahí que los logros alcanzados nos sean tan gratificantes y los fracasos nos arañen el alma. Podría decir que los logros son los remiendos con los que vamos cubriendo nuestros fracasos, y a pesar de releerlo y parecerme cursi, no por ello me parece menos cierto.
Mañana será otro día, igual mañana es hoy, porque todo hoy en algun momento fue mañana, o como dijo Machado, toda la vida es ahora, así es que ahora que me iluminó la azulada luz de un rayo, que algo hizo clic en mi cabeza, ahora, os dejo, tengo una llamada que hacer y unas consecuencias a las que hacer frente.
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viernes, 3 de julio de 2009

I'm happy

Los auriculares del Mp3 escupen a todo volumen la voz de Leiva (Pereza) diciendo lo de "A la avenida de La Estrella Polar..." y yo le hago los coros cantando a pleno pulmón -en calzoncillos- (son las 13:15 del viernes 3 de Julio y en Madrid hace un calor de tres pares de cojones), por toda la casa y cada vez que voy hasta la habitación a por algo que se me ha olvidado (Móvil, echar un vistazo a internet, apagar la luz...) soy incapaz de ir andando, voy corriendo, y a mitad del pasillo, donde se encuentra esa viga cruzada que parece tener escrito en ella, "salta y tócame", salto y la doy una sonora palmada, golpeo tan fuerte que la palma me pica, pero es igual, estoy contento, o tal vez sea algo más, estoy feliz.
Tengo ganas de salir al balcón y gritar, pero me miro de arriba abajo un momento y me digo que dadas las pintas que tengo no iba a ser de recibo, e igual los vecinos al verme me toman por loco, llaman al psiquiátrico y acaban entre todos por joderme el día. Esto último me hace pensar por momentos si no será lo que hemos dado en llamar locura una felicidad llevada al extremo. Llamamos locos a aquellos cuya locura no es acorde a la nuestra leí un día en algún lugar, y estoy seguro que si alguien me viese en este momento diría que estoy loco, no mencionaría para nada la felicidad de la que soy presa.
Me siento raro escribiendo las palabras felicidad y feliz, normalmente siempre se escribe cuando uno se encuentra en el estado totalmente opuesto, pero claro, esas letras nunca verán la luz del sol, se quedan ocultas en la nube negra de la que son hijas. En cierta ocasión le preguntaron a Enrique Urquijo (Los Secretos) porqué todas sus canciones eran tan tristes, a lo que él respondió diciendo que cuando se sentaba a componer era porque estaba jodido, por eso le salían cosas tristes, que cuando estaba feliz, lo último que se le pasaba por la cabeza era ponerse a componer, en esos casos lo que hacía era intentar disfrutar del momento todo lo que este durase.
Pues eso, que estoy loco, o feliz, depende de cómo quieras mirarlo y tenía que hacer un esfuerzo, aunque corto, y contarlo.
¡Bendita locura!


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viernes, 26 de junio de 2009

A "la Naveiro"

En Coria tomó la alternativa, tras hacerle a Canela una faena de las de dos orejas, rabo y paseillo, al airear sus intimidades de vaca melancólica, triste y guía, como tan sólo ella sabe, es decir, haciendo de su prosa la más sutil poesia.
La conocí como Abril, muchos abriles después, en un Viaje a las Antillas, cabalgando los alisisios, en pos de un doncel de cuyo nombre no puede ni quiere acordarse.
Obtuvo el favor de las musas cuando, sin querer queriendo, plasmó, negro sobre blanco, aquellos versos brillantes y redondos como un sol de invierno, que aún hoy rebotan en mi memoria.

Y convertida en aroma
regresaré tan deprisa
que al despertarme mañana
aún te huela en mi camisa...

A la sombra de la sombra de la higuera, desenterré un corazón infartado, esperando encontrar en el sístole y diástole de su no latir, la mágica cadencia de un poema que me hiciera su digno competidor en el ingrato oficio de rimar versos.
Caí derrotado en el lance, pero a cambio, quiero pensar, obtuve como recompensa la complicidad de quien, como uno mismo, vive, porque sin vivir, no sabe escribir.

A Carmen Naveiro
con mucha osadía y muy poca vergüenza
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sábado, 20 de junio de 2009

Un caluroso 19 de junio

Madrid arde. Los termometros dilatan su mercurio para, a las 22:30 horas de esta pegajosa noche de junio, alcanzar la marca que indica los 32 grados celsius. Observo desde la ventana completamente abierta de mi habitación como en los macilentos balcones de enfrente, personas a las que por definición les corresponde el título de vecino a pesar de que no nos conocemos, se asoman con el torso desnudo y la boca abierta, cual peces en un estanque a punto de secarse, intentando llevarse a los pulmones una porción de brisa fresca que para su desgracia no llegará esta noche.
La gente camina pausada por las calles, con la ropa justa como para no ser acusada de escándalo público. Las hojas de los arboles permanecen inmóviles, atrapadas en un eterno fotograma. El aire pesa más de lo habitual, haciendo que los trapos se peguen a la piel y el mero hecho de andar se convierta en un pequeño suplicio que sobrellevamos con pequeños pasos en los que las suelas de los zapatos apenas se despegan del abrasador suelo.
El humo tóxico de los coches que circulan por las calles, se me antoja aún más tóxico en días como este, mientras la amarillenta luz de las farolas se refleja en la sofocada piel de los paseantes otorgandoles un brillo nada higiénico.
Toca noche de insomnio veraniego, y a pesar del cansancio de un día largo en exceso, los dedos se deslizan rapidos sobre las teclas del ordenador, intentando conjurar los calores estivales pulsación a pulsación. El tac-tac-tac del teclado rompe el silencio de plomo que pesa sobre este extremo de la ciudad mientras una luna de estaño, allá arriba, a lo lejos, tambien parece enjugarse cráteres de sudor y polvo, tal vez intuyendo que el ser humano se plantea volver a plantar de nuevo sus inmundos pies sobre su yerma superficie.
El mismo ser in/humano que es capaz de colocar bombas lapa en los bajos de un vehiculo para acabar con la vida de otro ser vivo de su misma especie, por el simple hecho de que este último dedicaba sus esfuerzos personales y profesionales a la detención de hijos de puta en potencia y en vigencia. Desgraciadamente el inspector de la Policía Nacional Eduardo Puelles García no podrá colaborar -como ya lo hizo anteriormente en 70 casos- para poner entre rejas a los cabrones que adosaron la bomba al deposito de gasolina de su Renault Megane, pero estoy seguro que otros con el mismo valor que él tomaran su relevo, apartando de la sociedad a aquellos seres humanos con defectos de fábrica cuyo único objetivo es matar a sus semejantes.
Sobre las revueltas sábanas de una cama deshecha me espera la última heroina en tinta impresa, se llama Lisbeth Salander, y por lo que hasta el momento conozco de ella promete ofrecerme una noche de lo más entretenida.
Os mantendré informad@s.
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miércoles, 10 de junio de 2009

Diarrea mental

Permitidme un consejo: No enferméis.
Razón tendríais si me dijeseis que estaríais encantados de poder seguir mi consejo, pero como es obvio, no podéis. Desgraciadamente no depende de uno el hecho en sí de caer enfermo, -cuando, cómo y dónde uno quiera- en contra de lo que puedan pensar las empresas que nos exprimen los segundos de vida y lo que es peor, el IMS (Instituto Madrileño de la salud) que debería velar por nuestra calidad de ídem.

Parece ser que en el aire de esta malsana ciudad llamada Madrid anda al acecho de perros flacos, un virus de esos que te hace pasar el día con el trasero pegado al inodoro, al tiempo que, cual niña del exorcista, echas por tu pecadora boca hasta la cosecha 80-81 gran crianza de tu jugosa bilis. Contado con estas palabras, puede parecer algo hasta digno, creerme que no lo es.
Pongamos por ejemplo, que el bichito en cuestión decide comenzar a hacer mella en tu mala salud de hierro (Sabina Dixit) una noche entre domingo y lunes de cualquier semana, de cualquier mes, y por qué no, de cualquier año. Pongamos puestos a poner, que para hacer más patente tu patético y vergonzoso estado, como testigo de tus andanzas nocturnas está tu paciente novia, que por suerte para ti no decide abandonarte en ese mismísimo momento, si no que te cuida y te mima como si se tratase de tu santa madre, ganándose así una gran porción de esa víscera sanguinolenta donde los sádicos poetas dicen reside el amor.
Digamos que en estas idas y venidas, pasas entretenido la noche, vaciando tus entrañas de malos humores y dejando a tus ojos huérfanos de sueño.
Dan las 07:00 en el reloj y desde el sofá del salón, dónde te has retirado para conceder una tregua a tu aún de momento novia, ves extenderse la claridad del nuevo día, esperando que la luz ponga fin a tu tormento.
Decides coger el teléfono para decir a tus compañeros de trabajo que sintiéndolo mucho no vas a poder cumplir con tu obligación en el día de hoy, y que si alguno sería tan amable de hacerte el turno. Aquí, aunque resulte obvio, debes decir que el turno le sería devuelto el día que él eligiese o abonado en nómina al buen samaritano de turno. Huelga decir que "marrones" como éste se los habrá comido a pares un servidor en los años que lleva en la empresa.
Samaritanos, en Samaria.
Cuelgas prometiéndote tener cosas más importantes que hacer la próxima vez que alguien te pida un favor.
Llamas a tu jefe de equipo, y le cuentas la novela.
A regañadientes te dice que vale, que ya se buscará la vida, pero que no se te olvide llevar el justificante médico al día siguiente. Como también es obvio, y lo mandan las más elementales normas de conducta, le das las gracias, como si estuvieses obligado a ello.
Las manecillas del reloj forman algo así como una J sobre la blanca esfera del reloj. Llamas al centro médico para pedir cita y una señora con voz de pito te informa que tu doctora pasa consulta por la tarde, cosa que ignorabas –es lo mínimo que te puede pasar cuando para poner un pie en una consulta, el otro lo tienes que tener camino del más allá- pero que para el día en cuestión ya no podía darte cita, que tendría que darte cita para la tarde del día siguiente.
En éstas tú estás pensando, que no estaría nada mal poder pasar a la señora con voz de pito con tu jefe de equipo y que se lo contase directamente a él, a ver si le hacía la misma gracia que te estaba haciendo a ti.
Le dices a la voz de pito muy educadamente que tú cuando te encuentras mal es hoy, que mañana no sabes cómo estará tu cuerpo, si es que no ha acabado yéndose todo él por el retrete.
Sugieres la posibilidad de ir a la mañana del día siguiente, confiando en que te aguante tu mala salud de hierro, para a la tarde del siguiente día poderte incorporar al trabajo.
La voz te dice que para eso tendrías que cambiar de doctora y pasar al turno de mañana, pero que debes hacer la gestión personalmente, que no se puede realizar a través del teléfono.
La señora sigue hablando mientras tú estás pensando tu epitafio y preguntándote cómo es posible que a las 9:00 de la mañana ya estén ocupadas todas las citas para una doctora que pasa consulta por la tarde. ¿Será que la gente sabe con antelación cuando va a enfermar y piden la cita con la consabida anticipación? ¿Será que tú eres un bicho raro y no sabes prever que vas a caer enfermo?
Cuando vuelves a los mundos de Roca, la señora con voz de pito te está diciendo que es todo lo que ella puede hacer por ti.
Cuelgas y te vas con tus dudas a despertar a tu sufrida novia.
-¿Cariño (nunca la llamas así, pero aquí queda bien decirlo así) tu sientes con al menos una antelación de 24 horas que vas a caer enferma?-
Te mira con cara de pena y lees sus pensamientos.
-Pobrecito, las pocas neuronas que tenía se le deben haber escapado por el retrete-

Dejas pasar la mañana, tu estomago vacío te ofrece una tregua. Tientas a la suerte y ofreces un puñado de arroz hervido a tus enojadas tripas.
Parece que la cosa marcha más o menos bien.
Te armas de valor y decides acercarte al centro de salud, de camino vas rezando para que tus tripas no decidan expulsar violentamente los contados granos de arroz que las has ofrecido en sacrificio. Te vas diciendo a ti mismo, como para convencerte, que igual si le hechas morro y le montas un “pifostio” de tres pares de cojones a la de la voz de pito, la señora doctora tendrá la amabilidad de recordar aquello que allá por sus años de estudiante de medicina la contaron sobre el juramento hecho por un tal Hipócrates de Cos allá por el siglo V a.d.C

Te acercas al mostrador de información y te diriges a la única señora que hay tras él, esperando escuchar su voz de pito.
- Buenas tardes, creo que he hablado con usted esta mañana, mi doctora es doña Fulanita de tal, pero ya no podía darme cita para esta tarde y me dijo que si quería que me diesen cita para mañana por la mañana tendría que cambiar de doctora.

Cuando escuché su voz sabía que me había confundido de persona
-No ha hablado conmigo, igual ha sido con mi compañera, pero dígame.

Total que le cuentas de nuevo la película a la señora del mostrador.
Muy amable, muy comprensiva, todo lo que usted quiera, pero inflexible como ella sola. Si no tiene cita no puede pasar. Esa es la máxima a la que se agarra la buena mujer como a un clavo ardiendo.
Te dices que ésta señora de Hipócrates no debe haber oído hablar en su vida, así es que para qué hacerla pasar un mal rato.
Resumiendo, que el “pifostio” te lo acabas montando tú en tu cabeza, ciscándote en los muertos de la señora Esperanza Aguirre y del Güemes de turno, que por lo que me escupe Google acerca de su persona es yerno de un tal Fabra. Ahora voy entendiendo mejor las cosas…
Resumiendo, que cambias de doctora para conseguir que te den cita a la mañana siguiente, no ya con la intención de que puedan aliviarte de tus males, eso ya tienes asumido que corre por tu cuenta –Eso sí, luego vendrá el ministerio de sanidad y la puta que los parió a todos, gastándose el dinero de los contribuyentes en campañas publicitarias para que el español medio, aquel que no puede pagarse la sanidad privada que fomenta con su mala praxis la señora Esperanza y sus secuaces, no se automediquen. ¡Tócate los cojones Mariloli!- si no para que te hagan un maldito justificante que sirva para demostrar tu incapacidad para realizar tu labor profesional durante el día de la fecha por motivos de salud.

Al día siguiente. 09:30 de la mañana.
Después de haber mantenido tus constantes vitales durante 24 horas a base de Aquarius de limón (aquí dices la marca porque te sale de las gónadas y en señal de agradecimiento), arroz hervido y jamón de York, te presentas en la consulta, la cual encuentras después de deambular durante unos minutos perdido por el centro, más bien con la sensación de no saber qué coño haces allí. Ya no tienes ninguno de los síntomas que ayer te llevaban por la calle de la amargura, es más, incluso te sientes un intruso entre los rostros de ancianos y ancianas que discuten animadamente.
–Para mí quisiera a los ochenta la mala salud de todos estos- te dices
La que debe ser tu doctora asoma por la puerta y dice tu nombre.
Te levantas y entras casi avergonzado en el consultorio.
-Buenos días, yo venía porque ayer me encontraba muy mal, con vómitos y demás, y no pude ir al trabajo, pero ya hoy me encuentro mejor…
- ¿Quieres que te haga un justificante?
- Si pudiese ser, es que me lo han pedido.
- La próxima vez lo que tienes que hacer es venir el día que te encuentres malito- te dice como si fueses un niño pequeño.
Agarras el puto justificante y sales de la consulta apretando los dientes para no decirle a la doctora, ésta si debería saber quién es Hipócrates, la opinión que te merece la sanidad pública.
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miércoles, 3 de junio de 2009

Microrrelato

Cuando abrió los ojos, aquellos iris de ceniza ya estaban allí. Admirándole.
Vio lo que innatamente sabía era una sonrisa dibujada en su rostro y cómo una lágrima la traicionó al descender rauda por su mejilla para desaparecer en la comisura de sus labios.
Ya en ese momento supo que haría todo lo posible por hacerle feliz, hasta que llegado el día, también él, la abandonase para compartir su vida con otra mujer.
Lo sentía en la protectora calidez de su mirada, en el tibio abrazo de su cuerpo, en la alegría desbocada que latía en el fondo de su pecho.
Sintió el aire viciado de la habitación ensanchando sus pulmones, el olor a vida del oxigeno recorriendo sus venas, su cerebro recibiendo mil y un estímulos por segundo, entonces se supo vivo y una amarga sonrisa se dibujó en sus labios. No lloró, tiempo tendría para hacerlo.
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domingo, 31 de mayo de 2009

e-books

Leo en un suplemento dominical, que el libro, como soporte literario tiene los días contados, que los e-books o libros digitales relegaran al libro en papel a mero objeto de coleccionista.
Tal vez sea cierto, pero no por ello me crea menos congoja.
Me gustan los libros, tal y como los conocí desde que tengo uso de razón, sin e delante.
Vale que estas mismas letras que escribo están en soporte digital, pero no podría renunciar al ¿pequeño? placer de acercarme a una librería y moverme entre sus estantes, leyendo títulos, sinopsis o primeras frases (hay quien dice que en un buen comienzo está la clave de todo buen libro) hasta que sin saber muy bien el cómo ni el porqué te decides y eliges uno, o tal vez como decía una antigua amiga es el libro quien te elige a ti y no tu quien lo elige a él. ¿Quién sabe? Tanto monta, monta tanto.
El caso es que sales de la librería con un conjunto de hojas encuadernadas en la mano, que tienen volumen, peso, tacto, olor y si además deslizas la yema de los dedos por ellas y lo acercas al oído parece traerte brisas de mares remotos.
Imagino que en un futuro al que espero no tener acceso, los libros, sería mejor decir las historias y las letras que los componen, estarán cifradas en código binario en asépticos cartuchos o memorias digitales, por lo cual las librerías tal y como las conocemos hoy desaparecerán y pasaran a tener un aspecto similar a las actuales tiendas de videojuegos, lo cual sólo imaginarlo me devora el estomago.
Lo dicho, espero no tener salud suficiente como para llegar a verlo.
Oigo, o mejor dicho leo, que muchos de estos soportes traerán del orden de 600 obras incluidas. La pregunta es obvia. ¿Habrá alguno de los compradores –seguramente millares- que llegue a leerse ni tan siquiera la mitad de dichas obras?
Sólo le encuentro un lado positivo al engendro en cuestión y con él me quedaré para terminar, y es que a todos aquellos “locos” por nuevas tecnologías, aquellos que se dejan arrastrar por la marea de las campañas publicitarias agresivas y del “si no lo tienes no existes” (es decir todo ser humano) les sirva para llevarse a los ojos al Edmond Dantès de Dumas, al Aureliano Buendía de García Márquez, al Jim Hawkins de R.L. Stevenson, al Jean Valjean de Víctor Hugo, al fray Guillermo de Baskerville de Eco o por qué no, al David Martín de Ruiz Zafón que me entretiene a día de hoy.
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sábado, 30 de mayo de 2009

Abuelos

Supongo que hay ciertas cosas que las da la edad, o tal vez no los años en sí, si no las experiencias acumuladas en los años vividos.
Me explico, es posible pero poco probable que alguien que cargue sobre sus espaldas con una saco de pongámosle 70 años siga tan vacío de conocimientos y sentimientos como pudiese estarlo a los 15. Casos existirán, pero los menos.
También posible pero poco probable sería el extremo opuesto, es decir que una persona de 15 años tenga la templanza y educación propia de una de 70. Posible sí, pero tal y como está el patio escolar ibérico, poco probable.
¿Por qué me dan por escribir semejantes conclusiones?
Porque en apenas una semana me he topado con dos abueletes, de los que si no fuese por su escasez de pelo, podría decirse de ellos aquello tan manido de que peinan canas y
para precisar aún más la edad, podría decir aun a riesgo de equivocarme que los setenta ya no los cumple ninguno de los dos, que me han dado sendas lecciones de civismo y dejaron a mis pensamientos balbuceando palabras de disculpa.

Anciano 1:
Autobús nº 45 de la EMT, aproximadamente las 10:45 de la noche de un día laborable cualquiera. Un servidor, después de haber cumplido su jornada laboral y con todo un día a cuestas, visiblemente cansado, lee sentado en los asientos posteriores de dicho autobús mientras posa ligeramente la puntera de ambos zapatos en el asiento de enfrente. La postura es cómoda pues me permite tener apoyado el libro –667 páginas encuadernadas en tapa dura- sobre las rodillas. Debo llevar, minuto arriba minuto abajo, del orden de 15 sumido en la lectura, ajeno al escaso movimiento de viajeros que suben y bajan del autobús a dicha hora de la noche.
Entonces oigo su voz un tanto indignada diciendo:
-¡Joven, esos pies! Parece mentira, tanta educación, tanto libro... ¿No ve que luego ahí va a tener que sentarse otra persona?
Levanto la cabeza y compruebo que se dirige a mí, no puede dirigirse a nadie más pues por fortuna –mi vergüenza quedará única y exclusivamente registrada en sus ojos- el autobús se encuentra vacío, a excepción del conductor del mismo.
Mi cerebro comienza a funcionar a un ritmo frenético intentando buscar una respuesta con su correspondiente excusa a cuál más ingenua e inútil;

-Pero si tengo la suela de los zapatos limpios– calzaba unos mocasines de piel marrón, con la suela también de piel y tan solo unos segmentos de goma negra y blanda distribuidos por ella como únicos apoyos.
-Disculpe pero he tenido un duro día de trabajo, estoy sumamente cansado y tengo las piernas cargadas. Pero tiene usted toda la razón.

Me di cuenta que no había excusa posible, no me salían las palabras, así que por respuesta bajé rápidamente los pies e imagino que le miré con cara de “lo siento, no volverá a ocurrir”.
El caballero descendió a duras penas del autobús aún con cara de indignación. Yo me quedé allí, sin poder abrir la boca, como un tonto, con cara de “yo no quería pero es que...”





Anciano 2:
En el trabajo me dejan un sobre a nombre de Don Fulanito De no sé qué y no sé cuántos, Presidente de la federación Tal y Pascual, que vendrá a recogerlo en persona a lo largo de la tarde.
No me preguntéis porqué pero yo me imagino a Don Fulanito De no se qué y no sé cuántos como el típico cuarentón encorbatado, con gomina hasta el cogote y más estirado que el palo de una escoba.

A eso de mediada la tarde, por la puerta giratoria accede a duras penas y con paso lento un anciano un tanto decrépito –me recuerda al maestro Yoda de La guerra de las galaxias, bastón incluido-, se me adelanta y me desea unas «muy buenas tardes» y se detiene junto a una mesa repleta de libros.

- ¿Esto en que consiste?- me pregunta.

Interiormente pienso, la que te viene encima amigo, ármate de paciencia, que éste tal y como está el panorama inmobiliario últimamente no ha encontrado una obra a mano a la que hincar el diente y viene a echar la tarde.

- Es un intercambio de libros, usted deja uno y puede coger otro, anotando el libro que lleva y el que deja en el formulario que tiene sobre la mesa.
- Es interesante. ¿A quién se le ocurrió la idea?

Lo que me temía, que no debe haber obras al menos en un radio de tres kilómetros.

- Pues la verdad que no lo sé. Lo hicieron con motivo del día del libro y dada la aceptación aun continua.
- Muy bien, muy bien... discúlpeme, pero aun no me he presentado –se acerca a duras penas y me tiende la mano, se la estrecho un tanto confundido, está fría, hoy en día estas cosas ya no se dan- soy Don Fulanito De no sé qué y no sé cuantos venía a recoger un dossier que le han dejado aquí a usted a mi nombre.

Algo hace “clic” en mi cabeza intentando colocar su imagen en el espacio que acaba de dejar vacante la que yo prejuiciosamente me había creado con anterioridad. Imposible, no encaja.

Le tiendo el sobre y me da las gracias para acto seguido continuar con la conversación como si tal cosa.
- ¿Qué tal lleva la tarde? ¿Esto es tranquilo no?
-Bien, gracias. Sí, la verdad es que es muy tranquilo, pero mejor así.
- ¿Le gusta leer?
- Sí, por aquí tengo el libro que me estoy leyendo ahora, así me distraigo.
- Hace usted muy bien, hay que leer. Normalmente dicen en la tele que la gente joven no lee, pero es mentira, yo creo que sí lee, pero a ellos no les interesa que lean.
Si leen no les ven- Sonríe como un niño pequeño.

No puedo hacer más que asentir y darle la razón.

Se despide de mí diciendo:
-Bueno no le entretengo más, que usted tendrá cosas que hacer. Que tenga buena tarde y que le aprovechen sus lecturas. Muy amable y gracias de nuevo.
-Gracias, igualmente.

Veo como Yoda sale de nuevo a la soleada tarde, no ya con la intención de criticar obras si no con la de inculcar la afición a la lectura, ocupación esta más digna para un maestro Jedi como lo es él.

Moraleja. Afortunada o desafortunadamente todos acabaremos convirtiéndonos con el paso de los años, en el mejor de los casos, en decrépitos Yoda.
Respetémosles si queremos que en un futuro seamos respetados y aprendamos de su educación y de su andar pausado.
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domingo, 24 de mayo de 2009

Cercanías renfe

Leo sentado en un banco de la estación de Atocha El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón mientras espero el último tren de cercanías. El anden de la vía 3 está semidesierto mientras chicos y chicas vestidos para quemar esta madrileña noche de sábado deambulan con bolsas de supermercado repletas de botellas de bebidas espirituosas por el vestíbulo de la estación.
Siento el solitario taconeo de una de esas chicas tipo acercarse y sentarse en el banco situado a mi espalda, me llega la
empalagosidad de su perfume, yo sigo leyendo, intentando vencer a la curiosidad, pero esta acaba ganándome y giro levemente la cabeza. Es morena, pelo largo, algo rizado, no alcanzo a ver más. Sigo leyendo. Es inútil, no puedo.
Miro el cartel luminoso -próximo tren llegará en 1
min.-, me levanto y me acerco al borde del andén. Llega el tren. Siento la presencia de la chica a mi derecha. Ahora sí la miro.
-¡Madre
mia! ¿Como se puede salir así a la calle?- pienso.
La chica -más bien niña- está buena, para que negarlo. Pero la mayoría de las veces es mejor insinuar que enseñar, y esta enseña demasiado.
Se abren las puertas del tren. Entro primero, no vaya a pensar que quiero mirarla el trasero.
El vagón está casi
vacío. Puedo elegir asiento y elijo uno de esos que están enfrentados dos a dos.
Abro el libro con la intención de seguir leyendo pero... la chica decide sentarse en el asiento de enfrente. No sé porqué pero la situación me pone nervioso. Intento leer. No puedo. Veo unas piernas rematadas en un zapato negro con tacón de vértigo. Devuelvo los ojos al libro -cuando desperté, la habitación
permanecía en penumbras y Chloé se había marchado- es todo lo que consigo leer; la señorita se revuelve y saca algo del bolso. Levanto la cabeza, decidido. Tengo la intención de ver su cara por primera vez. Tiene la cabeza ligeramente agachada y un diminuto espejo circular en una mano mientras con la otra parece retocarse el contorno de ojos. Tiene un piercing, de esos que se colocan en la zona superior del labio, en este caso en el lado izquierdo.
Mis ojos cobran vida propia y van a posarse en unas tetas (no son pechos, son tetas) jóvenes, redondas, que se asoman desde el balcón de un amplísimo escote, a una altura totalmente antinatural ,de tal modo que parecen querer asfixiar a su propietaria.
-¡Tierra
trágame!
Vuelvo al libro, ahora ya sin la intención de leer, simplemente intentando mantener mis ojos alejados de mi anterior visión.
-
Joder, joder, joder... si esto me pasa con unos años menos-, me digo. A lo que otra voz interior me responde: -si esto te pasa con unos años menos sales incluso corriendo, !"pringao"!-
Por la
megafonía se oye la cantinela de turno -próxima estación Nuevos Ministerios, correspondencia con...-
¡Por
fin!, esta es mi parada.
Coloco el
marcapáginas y me dispongo a salir, un par de piernas se interponen en mi camino, giran aproximadamente 45º con la intención de darme espacio. La minifalda se hace aún más mini. Levanto la cabeza, hago un esfuerzo para superar con mis ojos esos dos promontorios y alcanzar a ver su rostro. No es ni guapa ni fea. Del montón. Y sonríe.
!Será
cabrona!
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sábado, 23 de mayo de 2009

Sobres

Lo siguiente que voy a contar, lo más probable es que os parezca una tontería, lo más seguro es que además de parecéroslo, lo sea.
Ayer tuve en mis manos unos cuantos sobres, sobres nobles, no solo por la calidad y grosor del papel con que estaban confeccionados, si no por los destinatarios que en ellos figuraban. Nombres con mayúsculas asociados a la literatura hispana como puedan ser los de Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa o José Jiménez Lozano.
No sé como explicarlo, pero leía nombres y direcciones sin poder creer que esos sobres que yo tenía en mis manos, en tan solo unos días estarían en manos de sus destinatarios, y me decía: -¡¡¡joder!!! ¿Don Miguel Delibes va a tener en sus manos este mismo sobre que yo tengo ahora aquí, este papel que yo toco –más bien acaricio- con la intención de no dañarlo, de no ensuciarlo con mis “sucias” manos?
Y qué decir de José Jiménez Lozano, cuyo libro la piel de los tomates se me metió por los ojos cierto día y una personita muy especial me lo acabó regalando para sorpresa y alegría mía.
Con respecto a Vargas Llosa debo decir que no me habría importado que en lugar de su nombre hubiese aparecido el de otro hispano por nombre Gabriel García Márquez, qué le vamos a hacer, uno tiene sus gustos literarios y la literatura del arequipeño no tiene cabida en los míos.
Tuve la tentación de anotar nombres y direcciones, pero me dije, para qué, con qué fin, que más da donde vivan, es mejor seguir pensando que tan solo son Nombres escritos en las cubiertas de grandes libros, es mejor que sigan subidos en sus altares, pues el simple hecho de pensarlos humanos, con casas que habitar y en las que recibir cartas como el común de los mortales les roba parte de su magia.
Y en estos pensamientos estaba cuando llegó un mensajero, con las manos negras de suciedad, al que debía entregar los insignes sobres, no tuve el valor de pedirle que se lavase las manos antes de tocarlos, los apresó entre sus rechonchos dedos, los cuadró y marchó con ellos como si tal cosa. Creo que lo que realmente me molestó del asunto fue el hecho de saber que ahora cuando lleguen a sus respectivos destinatarios, ya no podrán, por mucho que busquen, encontrar en ellos mi devoción, si no tan solo un catálogo dactilar completo, que les hará dudar si realmente son merecedores de asomarse a su interior.
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martes, 12 de mayo de 2009

El teniente Ruiz

«La Historia es nuestra y la hacen los pueblos»
Salvador Allende


Sobre la mesa, al lado derecho del ordenador en que escribo estas letras, acabo de dejar el libro que me ha tenido entretenido durante los tres últimos días. Está forrado con las páginas centrales de un magazín dominical, la verdad no recuerdo cual; podría perfectamente tratarse del de El Mundo por la basta textura del papel, pero tan sobado se encuentra del trasiego al que le he sometido durante estos tres días que bien podría, a simple vista, pasar por el de una revista cualquiera al uso, por los brillos y suavidad adquiridos.
Pero yendo más allá de la rudimentaria protección, si rasgo ese papel que lo envuelve y que coloqué con el fin de proteger el maravilloso libro que antes de leerlo ya intuía que era, encontramos la causa por la que durante estos días y en los que sospecho seguirán, este que escribe no pueda pasar ante calle o escultura madrileña sin pararse a leer detenidamente en honor a que acontecimiento o personaje deben su nombre.
Estamos rodeados de Historia, unas veces honrosa y otras menos, pero la mayoría de los mortales, las más de las veces no somos conscientes de ello. Sin ir mas lejos, un servidor, el cual pasa día sí día también por la céntrica Plaza del Rey, situada para más señas junto a las calles del Barquillo e Infantas, no había reparado hasta anteayer en una escultura de bronce que se encuentra en dicha plaza. Mejor dicho, y para ser fiel a la verdad, sí había reparado en su presencia, lo contrario resultaría casi imposible, en lo que no había reparado era en la persona en honor a la cual está erigida.
Pero el otro día la curiosidad y un raro impulso me pudieron, la rodee buscando la placa en la cual esperaba encontrar quien era aquel personaje con las piernas ligeramente flexionadas -la derecha un poco por delante de la izquierda- dando sensación de movimiento, el brazo izquierdo en alto –echado ligeramente hacia atrás- en actitud demandante y el derecho portando un sable, con la chaquetilla del uniforme perfectamente abotonada; Cuando descubrí la placa, una rara alegría se apoderó de mí, como cuando te cruzas con una persona célebre, de esas que de tan célebres ya nos parecen uno más de la familia, y entonces te dices a ti mismo –coño, este es Fulanito, el de tal acontecimiento-
En este caso Fulanito era el teniente Jacinto Ruiz Mendoza, uno de los muchos personajes, sería más correcto decir personas, que el dos de mayo de 1808 defendió con su vida (murió poco tiempo después, a consecuencia de las heridas ocasionadas por los dos disparos que recibió aquel fatídico día) el Parque de artillería de Monteleón del acoso de las tropas francesas. El cuartel cayó y con él la mayoría de las personas, civiles la mayor parte, que lo defendían; pero supuso el comienzo del levantamiento popular y nacional contra la “invasión” francesa.
Ahora lo sé, ahora conozco su gesta y la valentía con la que dicen luchó aquel día -a pesar de la fiebre que le consumía-, en que la sangre corrió por muchas de las calles que ignorante de mí más de una vez he pisado sin ser consciente de la cantidad de personas que se dejaron en ellas la vida de una manera atroz.
Y lo sé gracias a ese libro que está merecidamente descansando sobre mi mesa, y si vamos un poco más allá puedo asegurar que lo sé gracias a un tal Arturo Pérez-Reverte que se tomó la maravillosa molestia de escribirlo y de documentarse como siempre lo hace, es decir, cojonudamente bien.
El libro en cuestión, para quien aún no lo haya identificado o no supiese de su existencia, lleva por nombre «Un día de cólera» y relata de una manera magistral la violentísima jornada del 2 de mayo de 1808 en esta ciudad llamada Madrid.
De sobra está decir que os recomiendo a tod@s su lectura.
Aunque os parezca una tontería, da cierto “gustirrinin” el hecho de conocer y poder asociar el nombre de una calle, una plaza o una escultura de un hombre arengando a la lucha, con una persona de carne y hueso que en su día luchó por algo en lo que creía, o tal vez no creía, pero su honor y su deber con un pueblo así se lo demandaban.



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sábado, 9 de mayo de 2009

Metro de Madrid informa

Me aburro.
Son las 16:40 de la tarde y aun no he comido. No me apetece.
Me levanté y desayuné tarde. Anoche el sueño me atrapó a altas horas, despues de haberlo buscado de mil posturas diferentes. Es sabado 9 de Mayo de 2009 y en el portatil en el que ahora aporreo estas letras se escucha la voz de Ismael Serrano, llamando con auténtica desesperación a una tal Amanda, poniendome la piel de gallina y dejandome con la sensación de tener una soga anudada al cuello.
A través de los cristales sucios de mi habitación se ven arboles agitados por un viento de tres pares de cojones. El cielo está blanquecino, como si alguien lo hubiese llenado con ese humo artificial que expulsan las orquestas pachangueras durante sus actuaciones en las funciones de verano de cualquier pueblo ibérico.
Está como de tormenta, que diría aquel;
La luz exterior es grisacea, el sol se ha cogido el día de asuntos propios, y debe estar calentando los tejados de cualquier otra ciudad, menos gris y melancólica que esta.
Podría decir que estoy como el tiempo y sería cierto.
Gris.
Es curioso, porque quería hablaros de los personajes que pueblan el metro de Madrid empujado por un chaval argentino con sombrero de paño marrón tipo Indiana Jones que me encontré ayer en la linea 6, de no más de 20 años calculo yo, que entró en el vagón con la seguridad y la soltura del que nació con un micro y no un pan (para desgracia suya) bajo el brazo, cantando Cambalache de tal modo que el mismísimo Discépolo, de poder escucharlo, estaría orgulloso de oirlo en su voz.
Entró, se presentó con una alegría que chocaba con los rostros mustios que poblaban el vagón. Dijo lo que venía dispuesto con nuestro permiso a cantar, conectó el micro y su guitarra, y con una voz rota que no me encajaba en su aspecto de niño travieso, pero con un arte y una sin-vergüenza innata, se arrancó diciendo -"Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé...(¡En el quinientos seis y en el dos mil también!)".-
Miraba los rostros de la gente y a pesar de no poder penetrar en sus pensamiento, sé que como yo, se estaban diciendo que la mejor prueba, de que lo que ese tango dice es totalmente cierto, la teníamos ante nuestros ojos. El hecho de que un ARTISTA (con todas las letras y en mayusculas) como ese tuviese que estar pasando el sombrero en un vagón de metro -a miles de kilómetros de su pais de origen- mientras otros y otras que no saben ni entonar firman contratos millonarios con grandes casas discográficas es una prueba más de que como bien anticipó Discepolo, el mundo, en el 2009 sigue siendo una gran porquería, una gran mentira...
Terminó la canción, se descubrió, pidió a todos los que estábamos en el vagón que si no teniamos prisa por llegar a nuestros destinos saliesemos al exterior y caminásemos un poco disfrutando del maravilloso día que hacía en la superficie, que no viesemos mucho la tele (lo cual me arrancó una sonrisa), que al menos le dedicásemos 30 minutos a un libro, que le regalasemos una sonrisa a alguien a lo largo de la jornada y que sintiéndolo mucho ahora iba a dar comienzo la parte de su show que menos le gustaba. Desenchufó guitarra y micro y se paseó con el sombrero extendido hacía la gente diciendo que cualquier moneda, del color y tamaño que fuese, era bienvenida. Cada vez que una moneda caía en el sombrero, decía alegremente, con ese acento argentino que tan agradable resulta a mis oidos: "gracias caballero".
Me rasqué el bolsillo con la misma alegría que veía reflejada en su rostro y sus ojos.
Se bajó del vagón y se sentó en un banco del anden a guardar meticulosamente la recaudación que tan merecidamente había conseguido.
Sobra decir que en la siguiente parada le tomé la palabra y me bajé del vagón. Subí andando los dos tramos de escaleras mecánicas que me separaban de la superficie y
salí a la calle. El sol calentó mi cuerpo y mi espíritu, y andando y con una sonrisa tonta en los labios llegué al trabajo.
No iba a contarlo hoy, no quería que en la historia se metiese la luz gris de esta tarde, la cual me embarga, y lo estropeara todo, lo desluciera robándole magia al momento, pero creo que haciendo bueno el dicho, al mal tiempo buena cara, el sólo recuerdo de la situación me ha hecho ver que igual la tarde no es tan gris, igual el gris de la calle tan solo está en los ojos del que mira, igual, quien sabe...

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sábado, 25 de abril de 2009

Primer Premio Relato Corto.

He ganado el primer premio en la modalidad de Relato corto de la Subdireccion General del Libro por el relato "Pongamos que hablo de Madrid", es la primera vez que gano algo en un concurso literario pero tampoco es menos cierto que era la primera vez que me presentaba a uno.
La verdad; estoy contento, muy contento.
¿Qué no habrá sentido el Juan Marsé al recibir El Cervantes? !!Te cagas!!
Lo mejor de todo, la honrilla.
El haber dado la sorpresa y ver la cara de gilipollas que se le quedó a más de un@ cuando despues de decir el jurado:
-El ganador de relato corto es "El joven aprendiz de pintor" por el relato "Pongamos que hablo de Madrid"- y escuchar mi respuesta: -ese soy yo-.
jajaja
que gustazo!!!!!
Claro que tambien hubo un monton de felicitaciones y enhorabuenas de las de verdad y unos cuantos "me alegro de que quien haya ganado hayas sido tu", y todas esas cosas;
Pero tambien hubo algunos ¿Anda, pero tu escribes? (Pues sí señora,los vigilantes tambien escriben, y por lo visto algunos bastante bien) ¿Pero vosotros podiais participar? pero la mejor fue para:
- ¿Y tu dónde estas?
- yo soy el vigilante, el que está abajo en la puerta.
- ¿sí? ¡ay! pues no me había fijado en tí.
(me quedé con ganas de decirle, pues le daba las buenas tardes todos los dias, hasta que llegó el día en que me cansé)
- ¿sabes que te has pasado de todos modos no? ¿Que era un máximo de 30 lineas por cara?
- Sí, lo sabía, pero incluso así el jurado ha decidido que era la mejor, por unanimidad. Los tres pensaban que era la mejor con diferencia.
Fin de la conversación.

Y saben que? que ayer, cuando salía, la dí de nuevo las buenas tardes... y me las devolvio!!!!

Todo es vanidad!!!!
Incluso en mi!!!
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miércoles, 8 de abril de 2009

II concurso literario Santiago Rusiñol 8







Buscando entre todas las cosas que tengo escritas encontre los versos que siguen, con ellos me presentaré a la modalidad de poesia.

Dónde:

Dónde se van los sueños,
aquello que queríamos ser y no fuimos,
las fotos en sepia, los anhelos, los planes,
los para luego, los para siempre, los para nunca.

Dónde fueron los besos que no te di,
las caricias que no te hice,
las palabras repletas de amor que no te dije,
los versos que me invaden, olvido y no escribo.

Dónde tu risa, tu voz, tus ojos,
tú y yo, primeras personas del plural,
paraísos terrenales, pecados veniales.

Escombros del seré, ruinas de lo que soy,
con lo poco que tengo, me sobra todo,
si todo no eres tú.

Dónde esconderse del frío de la soledad,
de la escarcha de la preocupación,
de las nieves del tiempo.

Dónde el verdadero yo,
el que siempre quise ser,
el que no muestran los espejos,
el que llora cuando piensa en ti.

Enquistados están, en algún lugar de mi alma,
creándome nudos en la garganta,
lágrimas en la punta de los ojos,
suspiros en vena.

Penas sin pan son más.
Agustín García Quiroga
Madrid 09/11/05

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