martes, 30 de marzo de 2010

Puede que fuese noche cerrada, o tal vez mediodía... (También llamada desenlace)

Puede que fuese noche cerrada, o tal vez mediodía, quién sabe y a quién le puede importar, el caso es que al elevar los parpados de nuevo, aquellos dos ojos verdes como aceitunas estaban otra vez allí, observándola, en mitad de la nada, o en mitad del todo.
-El todo y la nada cuando no se dispone de memoria deben ser muy parecidos- pensó.
Esta vez se reveló y sacando de dentro toda su rabia e impotencia habló, pidió explicaciones o al menos eso cree, al menos eso le pareció a ella.
La boca que se encontraba bajo los ojos verdes, primero sonrió condescendiente para posteriormente hablar, respondiendo a las preguntas que ella había formulado o creía haber llegado a formular con una voz suave y bien modulada.
-No te esfuerces, no es necesario que lo hagas, sé lo que me quieres preguntar, sé de ti más de lo que tu puedas saber de ti misma.

Hizo una pausa, para verificar que sus palabras estaban siendo debidamente comprendidas. Supo que así era al ver una sombra de desconfianza en los ojos que tenía enfrente.

-No temas, yo no estoy aquí para hacerte daño. Yo estoy aquí para tratar de cuidarte, es él quien quiere hacerte daño. Aunque en realidad, creo que tampoco sabe muy bien lo que quiere hacer contigo. Igual sólo quiere asustarte, igual nunca quiso matarte y todo esto sea un enorme error. Dentro de muy poco ambas saldremos de dudas.

Quiso recordar quién podía ser él, pero no pudo, un enorme vacío se había instalado en su memoria. Estaba claro que un hombre había querido hacerla daño, pero por qué ¿Se lo tendría merecido?
Por lo que decía aquella mujer tal vez él no hubiese querido hacerla daño, tal vez hubiese sido todo obra de un fatal accidente. Pero ¿Quién era él?

Es realmente angustioso no saber absolutamente nada de una misma, estar postrada en una cama sin apenas poderse mover, totalmente vulnerable, dudando de todo y de todos, incluida aquella mujer que la miraba y hablaba compasivamente desde los pies de la cama.

-No vayas tan deprisa. No quieras llegar a la verdad sin estar antes preparada para escucharla. Entiendo que quieras saber quién y cómo te han hecho esto. Qué clase de hijo de puta es capaz de dejar a una mujer en este estado -permíteme que lo diga crudamente- tan deplorable.

La mujer de los ojos verdes se apartó de la cama y se dirigió a la ventana.
Recuerda que tenía el pelo largo, extremadamente largo y rubio, le llegaba casi a la cintura, pero no logra recordar si era de día o de noche, si por la ventana se colaban los rayos de un furioso sol o el reflejo de una luna de plata, imposible recordarlo. De todos modos se trataría de un dato totalmente irrelevante.

-Creo que tiene dudas- dijo dándole la espalda sin separar la vista de la ventana.- Estoy casi segura que en un principio quiso matarte, no creo que desease hacerte sufrir, tan sólo necesitaba que murieses. Punto y final. Ahí se acabaría todo, pero aparecí yo, si no hubiese aparecido, casi con total seguridad ahora estarías medio muerta, o encerrada en una bonita caja marrón.

Antes de que pudiese abrir la boca para intentar articular agradecimiento alguno, la chica de ojos verdes se volvió hacia ella. Ahora era tan solo una esbelta silueta recortada contra la ventana.

-No, no quiero que me des las gracias, no me las merezco, no me debes la vida, de algún modo yo también soy culpable de que ahora te encuentres en este estado.
Es mi trabajo, y puede decirse que de algún modo cometí un error, no cumplí con mi cometido, le dejé solo lo que para mí fue un instante, pero él tuvo miedo, no sabía que hacer contigo y pensó que lo mejor sería que nos deshiciésemos de ti. Nunca ha tenido visión a largo plazo, para él sólo cuenta el ahora, si no fuese por mí, no tendría capacidad para plantearse otras alternativas, para mirar la vida desde otros ángulos o a través de otros cristales.

En ese momento un fogonazo pareció pasarle de lado a lado el cerebro, o lo que quisiera que tuviese dentro de la cabeza, y creyó entender algo, creyó haber encontrado el cabo del que comenzar a tirar para deshacer la madeja de su memoria.

-Lo estás haciendo muy bien, veo que me sigues; sé que él debe estar ahora mismo orgulloso de ti y seguramente se alegrará de no haber acabado contigo en su momento.
De algún modo eres parte de él, a él le debes en realidad la vida y a él deberías darle las gracias si algún día volvéis a encontraros.

Intentó poner orden en sus ideas, hacer un esquema mental de toda la información que aquella chica la estaba administrando gota a gota como el goteo que sabía tenía puesto en el brazo izquierdo la administraba el alimento por vía intravenosa. ¿Sería todo cierto o la estaría mintiendo? ¿Podría confiar en ella? ¿Pero quien era esa extraña mujer? Y algo que seguía sin tener claro ¿Quién coño era ella misma?

-Entiendo que dudes de mí, no es nada fácil de entender, el maldito cabrón me ha dado muy poco margen de maniobra. Sólo te pido que confíes en mí. No voy a dejar que vuelva a hacerte daño. Ahora hace todo lo que yo le ordeno, yo soy la que manda y él obedece, no tenemos nada que temer.

Dio los dos pasos que la separaban de la cama y se sentó en el borde, a la altura de donde debería estar situada su cadera. Cogió su mano izquierda entre las suyas y entonces sintió su tacto, el calor de sus manos, creyó que iba a llorar de alegría. Volvía a tener sensibilidad en las manos.

-Te dije que debías confiar en mí y que lo peor había pasado- extendió uno de los brazos hasta situar una mano sobre su frente. Una pequeña descarga, como la que a veces se recibe al cerrar la puerta de un coche por la energía electrostática acumulada recorrió a ambas –Creo que ya estás preparada para saber quien eres y quien soy, también si lo deseas te puedo hablar de él.

Asintió con la cabeza y advirtió que el dolor del cuello se había atenuado bastante. Tenía la absoluta certeza de que en algún lugar de su entendimiento se encontraba la solución a todo aquel embrollo, sabía que en su interior ella ya lo conocía todo, conocía porqué estaba allí y cuándo saldría de aquella cama, igual que parecía tener todas las respuestas aquella extraña mujer de brillantes ojos verdes. Ella ahora también sabía.

-Sé quien eres –dijo segura, fijando la mirada en unos extrañados ojos verdes- Sé que no existes, que eres fruto de mi imaginación, o lo que es más rebuscado aún, eres fruto de su imaginación, al igual que lo soy yo. Conozco tu nombre o tus nombres. Eres la musa, la inspiración, el estro, el numen, la lira, pegásides, castálidas, piérides... recibes infinidad de nombres, y yo soy la protagonista. No tengo nombre propio, el muy cabrón no se ha tomado la molestia de otorgarme uno. No puedo recordar nada de mi pasado porque mi existencia se reduce a un par de folios. Él, el sádico que me ha hecho esto, está del otro lado, apretando teclas, dándonos y quitándonos la vida a su antojo. Él tiene la ultima palabra y no tú, no te engañes, él es quien realmente manda. Tu le iluminas, le asesoras, le guías, pero a veces, como acaba de hacer ahora mismo, en el último momento te traiciona, se traiciona a si mismo, a todo aquello que había pensado hace apenas unos minutos, con la intención de ser más inesperado si cabe, con la intención de sorprenderse a si mismo; Casi con total seguridad ahora mismo está sonriendo, porque también él, ahora, conoce el final de esta historia, al igual que la conocemos los cuatro. Sí, los cuatro, no me he confundido, respira tranquila o tranquilo. En esta historia, como en todas, somos cuatro, el personaje, la musa o fuente de inspiración, el que escribe, y tu, el que lee, el que en ultima instancia nos hace posibles; si alguno de nosotros no está presente, la historia se desvanece, deja de existir, no es ni tan siquiera palabras, porque las palabras para existir necesitan ser leídas.

-Muy bien, veo que lo has entendido a la perfección. Tenía razón cuando me dijo que eras demasiado inteligente y guapa como para dejarte morir en una fría cama de hospital. No sabía por dónde seguir y yo le aporté unas cuantas ideas, espero que de algún modo nos entiendas y le perdones, creímos que todo esto era necesario; y sí, he de reconocerlo, el muy cabrón, a veces me traiciona y se va con otras y me deja con esta expresión de tonta que tu me has dibujado en la cara al conocer cosas que yo -y no él- debería haberte anunciado.

-Muy bien, pues ahora que la historia parece que llega a su fin, me gustaría que me dejaseis escribir a mi por una vez la última palabra. Que quien quiera que esté al otro lado apretando las teclas prometa que yo como protagonista seré quien cierre este maldito relato, poniendo punto y final a mi sufrimiento y a mi existencia.

-Puedes estar tranquila, prometo no pulsar una sola tecla más después de dejarte a ti la palabra. Entiendo que me odies, esa era la idea, poner de manifiesto que la mayoría de las veces, los personajes de la totalidad de novelas, relatos e historias, si tuviesen la posibilidad de cruzarse un día en un oscuro callejón poco transitado con su creador, este aparecería al otro extremo con las tripas fuera. Puedes considerarte tanto traicionada y ultrajada como honrada, pues te otorgo la capacidad de revelarte y desahogarte. Tu tienes la ultima palabra en esta tu historia.
-Sois unos malditos hijos de puta. Los dos.
Leer más...

viernes, 26 de marzo de 2010

Era lunes, o quizás jueves...

Era lunes, o quizás jueves, lo único que recordaba con absoluta certeza era aquel frío sol de invierno entrando por la ventana. Afuera, las ramas desnudas de un árbol agitadas por el viento.
Intentó moverse, pero algo se lo impedía, tenía la absoluta certeza de que su cerebro enviaba correctamente la orden a sus extremidades, pero éstas no respondían.
Sintió miedo. Tenía la boca pastosa y un sabor a óxido le inundaba la garganta, intentó humedecerse los labios, pero apenas si pudo tocar con la punta de la lengua la zona interna del labio; lo sintió extremadamente suave, como hinchado, pero no acusaba dolor alguno.
Fue al intentar girar la cabeza cuando un agudo dolor le nubló la vista, emitió un quejido más animal que humano por lo que tenía de gutural y entonces, una voz de mujer le acarició desde el lado opuesto al que tenía anclada la mirada.
-No intente moverse, está en el hospital. Descanse. Lo peor ha pasado, está a salvo. Cuidaremos de usted... –
Sabe que la mujer que le manda mensajes cargados de aliento desde su derecha sigue hablando, pero ya no la escucha, o al menos no recuerda qué más dijo, puesto que en su mente quedaron rebotando las palabras “hospital”, “lo peor”, “a salvo” e intenta encontrar repuesta a las múltiples preguntas que su cerebro le plantea de forma atropellada, solapándose las unas a las otras. ¿Qué hago yo en un hospital? ¿Qué me ha pasado? ¿Qué es lo peor? ¿De qué estoy a salvo?
Aunque lo intenta con todas sus fuerzas, no encuentra respuestas, pero si va más allá, no encuentra nada, ni tan siquiera recuerdos.
La luz blanca lo encharca todo y le molesta cada vez más, las desnudas paredes blancas tampoco ayudan a mitigar esta molestia.
La ventana está situada en el centro de su campo de visión, intuye, ahora se da cuenta, que igual no es casualidad que haya despertado en esa posición, igual tiene algo que ver la voz que de vez en cuando le habla desde el lado opuesto, está completamente segura que aquella ventana es el único lugar digno de toda la habitación.
No sabe por qué, a pesar de encontrarse presente desde el primer momento, ahora la ventana se ha convertido en su centro de atención; más que la ventana, lo que la atrae es lo que se intuye tras esos cristales azotados por el viento, el triangulo azul celeste que se forma en su esquina superior derecha, las raquíticas ramas del árbol asomándose por su parte inferior, el viento barriéndolo todo, el vacío...
La gustaría preguntar qué es lo que ha ocurrido, cuál es su nombre, por qué está allí, tumbada en esa cama sin poderse mover, por qué no puede girar el cuello, porqué no puede mover las piernas, ¿y los brazos? ¡Tampoco! Porqué el sol alumbra tanto en pleno invierno. Por que es invierno ¿verdad? Porqué no hay alguien que haga el favor de bajar la puta persiana... preguntas, decenas de ellas, y todas sin respuesta.
Y si no obtiene respuesta es por dos razones, la primera y principal es porque sabe aun sin intentarlo que es incapaz de articular palabra, al menos de un modo medianamente inteligible y la segunda y más real que la primera es por miedo, por miedo a cerciorar lo que en algún lugar perdido de su memoria se encuentra agazapado, por miedo a verificar la propia incapacidad de comunicación, por simple, puro e irracional miedo, aquello que nos paraliza a todos, el mayor impedimento a cualquier acción.
Entonces, aun sin haber podido variar un centímetro su posición, llora enormes y lentas lágrimas que van a parar a sus labios, que de algún modo se filtran al interior de su boca aliviando su sequedad, sintiendo así un alivio doble.
Escucha como una silla se mueve ligeramente a sus espaldas, y siente la presencia de un cuerpo que se aproxima bordeando la cama.
Otra vez la voz, ahora más dulce si cabe, la solicita tranquilidad, más bien parece suplicársela, se acerca, se agacha ocupando todo su campo de visión, ocultando esa maldita luz que parece querer dejarla ciega, aliviándola.
La limpia con cuidado los mocos que la impiden casi respirar, para luego delicadamente con el borde del pañuelo secarla las lágrimas. La mira de frente, a los ojos, -a primera vista parecen marrones, pero así de cerca, a apenas un palmo, se nota cierto verdor en ellos- es guapa.
Cuando termina de limpiarla la sonríe ampliamente, la aparta el pelo de la frente y se lo acaricia, y mientras tanto, sin apartar esos chispeantes ojos verdosos de los suyos la dice que se va a poner bien, y ella la quiere devolver la sonrisa, quiere darla las gracias, pero no puede, y otra vez esas putas lágrimas afluyendo a sus ojos, y más mocos.

Debe haberse dormido, pues la luz ahora ya no es tan intensa, y aquellos ojos verdes –sabe que no los ha soñado- ya no están allí, clavados en los suyos. La ventana permanece, inmóvil, también inmóvil está el árbol, parece haber cesado el viento. ¿Hacía viento? ¿O lo ha soñado? Ya no está segura, nada la parece totalmente real. ¿Y si los ojos, el viento, la voz, el hospital, la cama, el dolor, la imposibilidad de moverse no fuesen reales? ¿Y si todo fuese un mal sueño?
Pero la ventana sigue ahí, es la misma, no ha cambiado. ¿Y si intentase de nuevo moverse? Otra vez el miedo a afrontar el dolor y lo que es peor, el miedo a una realidad nada atractiva.
Lo hace, intenta mover el pie derecho, pero no hay respuesta. ¿Y si no tiene piernas?
¿Se las habrán cortado? ¿Pero que ocurre con los brazos? Tampoco puede moverlos.
Intenta recordar. Nada.
Su mente es una hoja en blanco, en la que tan solo hay una ventana, un árbol, una voz y unos brillantes ojos verdes.

Continuará...
Leer más...

miércoles, 10 de marzo de 2010

Circunloquio de una i del montón.

Hay momentos en esta vida en que a uno le dejan de funcionar los esquemas y las pautas que hasta ese momento le habían resultado.
Resulta que siempre cuando sumabas A y B terminaba por darte C, pero de repente un día la ecuación deja de funcionar y la C no aparece por ninguna parte; ahora la solución que te da la calculadora del vivir es J, y a J no la conoces, no sabes ni qué cojones significa, y lo que es peor, dónde te lleva, y sigues empeñado en que debería de aparecer la familiar C y que algo has tenido que hacer mal para que ahora te aparezca esa letraja esmirriada y retorcida como solución a tus problemas.
Pasa el tiempo, meditas, le das vueltas y acabas por convencerte de que la solución es J, la calculadora de la vida sabes perfectamente que nunca dio error y aceptas J como solución a tus problemas, aunque tu sigues echando de menos a la rechoncha C.
Al poco tiempo, como sin querer, con las neuronas aún dándole vueltas al tema, caes en la cuenta de que parece ser que la A, ya no es la misma de siempre. Sigue siendo una A, de eso no hay duda, pero ahora que la miras detenidamente, la notas algo raro, quién sabe, igual sólo es el peinado, pero tiene algo distinto a la que tú creías conocer de toda la vida. ¿Le ha crecido un acento? ¿Quién sabe? De lo que no cabe ninguna duda es de que está rara, cuanto más la miras, más rara la ves.
Entonces decides prestar atención a B, puesto que A cambió sin que tu en un primer momento te percatases de ello, igual le ha ocurrido lo mismo a B.
La miras, la remiras, y ves que en efecto algo en ella es distinto, quizá sea la tripa, parece que ha engordado -¡Igual está embarazada y no nos ha dicho nada!- pero no, no creo que sea eso. Que ha cogido unos kilos, de eso no hay duda, pero sigue siendo B, eso es seguro; porque 8 no es, aunque depende del ángulo en que la mires, desde lejos podrías confundirlos con muchísima facilidad.
Puestos a dudar, ya dudas hasta de ti mismo, y comienzas a pensar que si al igual que cambiaron A y B, y puesto que C desapareció para dar paso a J, ¿No habrás cambiado tu también? Vas corriendo al espejo y te miras detenidamente. Tu te ves igual que siempre, alto y delgado, con ese punto de distinción siempre sobre ti, eres una i más, unas veces, cuando te creces y te vienes arriba, eres una elegante y esbelta I, otras, la mayoría de las veces, una i normalita y corriente, del montón, a no ser que recaiga sobre ti el peso autoritario de la entonación, entonces el punto se torna acento, y que nadie se atreva a llevarte la contraria.
Entonces te das cuenta, si tú cambias por impulsos, dependiendo del momento y del lugar, de las siempre recurrentes y recurridas circunstancias, del manido "depende" ¿Por qué motivo no lo va a hacer el resto del abecedario?
¿Cuantos esquemas habré roto con mis cambios? -te preguntas- ¿Cuantas pautas tenidas por exactas habrán cambiado por mi culpa? A cuántas letras, palabras, frases, historias, vidas, habré dado un vuelco, y para mal o para bien habrán cambiado el sentido de sus oraciones, tal vez descarrilando en unos desidiosos puntos suspensivos, o chocando contra el intolerante muro de un punto y final.
¿Y si desapareciera? ¿Serviría de algo decir “lo sento”?
Leer más...