miércoles, 26 de agosto de 2009

Escrituras postveraniegas.

En Madrid el mes de agosto comienza a agonizar por las piscinas envuelto en una bolsa de aire africano que hace que el mercurio de los termómetros levite por encima de los 36ºC durante todo el día.
La playa que ya echasen de menos The Refrescos allá por los ochenta sigue dándole calabazas a esta la capital del reino, pese a los denodados esfuerzos que está haciendo en la ribera del Manzanares el faraón en prácticas Ruiz-Gallardón por que las palabras Madrid y playa no aparezcan de la mano en los diccionarios de antónimos de la RAE.
A pesar de los calores inherentes a un mes y una ciudad como ésta, estoy de acuerdo con la frase que de tan manida ha acabado por convertirse en axioma que dice que el mejor mes para trabajar en Madrid es este que comienza a escapársenos de las manos.
A las pruebas me remito. Escribo por puro aburrimiento desde mi lugar de (no)trabajo intentando escapar de las garras del sueño generado por unos apuntes de metalurgia extractiva que me contemplan amenazantes desde mi izquierda con fórmulas ininteligibles subrayadas en amarillo fluorescente a modo de armas.
Para muestra un botón.

∆Gox0 + ∆Gred0 + Wox + Wred + R T ln [ame2+ ∕ ao21/2 aH+2] =0

Espero que ahora me entendáis.
En El País del día de la fecha, también gracias al (no)trabajo del que hablaba anteriormente un titular ha llamado mi atención. “Bibliotecas de cuatro patas” decía en letra negrita. Encima de tan curioso titular hay una foto de un señor con sombrero de paja a lomos de un burro, mientras bajo su brazo izquierdo porta un cartel escrito a mano y con letras azules en que se puede leer “biblioburro”.
El pie de foto dice así: “Luis Humberto Soriano y su biblioburro camino del pueblo colombiano de El Brasil.”
Parece ser que el bueno de Luis Humberto -maestro de profesión- cayó en la cuenta que de que el fracaso de sus alumnos se debía a que los únicos libros que habían visto en su vida eran aquellos de los que el se valía para dar sus clases. Recordó entonces el viejo burro que dormitaba en la casa de labranza de sus padres y decidió llenar sus alforjas de libros y recorrer durante los fines de semana las veredas del departamento de La Magdalena descubriendo a los niños mundos y seres nuevos y maravillosos. La idea cuajó y Luis Humberto cuenta a día de hoy con una flota de 22 burros en los que transportar los aproximadamente 400 títulos que ha conseguido reunir y que se van rotando por ocho escuelas, cuyos nombres tras pronunciarlos me dejan en la boca un regusto a García-Márquez que me empuja a enumerarlos también aquí.
Piñumbe, Karakatá, Atiurumeke, Makogeka, Zigkuta, Jeurwua, Gamuke y Busingekun.
La historia cuando menos es curiosa, digna de servir de inspiración para la nueva campaña de Aquarius que esté por venir, aunque igual, la palabra burro deba dejar de utilizarse como sinónimo de persona bruta o incívica.

Madrid 19 de agosto de 2009

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