miércoles, 10 de marzo de 2010

Circunloquio de una i del montón.

Hay momentos en esta vida en que a uno le dejan de funcionar los esquemas y las pautas que hasta ese momento le habían resultado.
Resulta que siempre cuando sumabas A y B terminaba por darte C, pero de repente un día la ecuación deja de funcionar y la C no aparece por ninguna parte; ahora la solución que te da la calculadora del vivir es J, y a J no la conoces, no sabes ni qué cojones significa, y lo que es peor, dónde te lleva, y sigues empeñado en que debería de aparecer la familiar C y que algo has tenido que hacer mal para que ahora te aparezca esa letraja esmirriada y retorcida como solución a tus problemas.
Pasa el tiempo, meditas, le das vueltas y acabas por convencerte de que la solución es J, la calculadora de la vida sabes perfectamente que nunca dio error y aceptas J como solución a tus problemas, aunque tu sigues echando de menos a la rechoncha C.
Al poco tiempo, como sin querer, con las neuronas aún dándole vueltas al tema, caes en la cuenta de que parece ser que la A, ya no es la misma de siempre. Sigue siendo una A, de eso no hay duda, pero ahora que la miras detenidamente, la notas algo raro, quién sabe, igual sólo es el peinado, pero tiene algo distinto a la que tú creías conocer de toda la vida. ¿Le ha crecido un acento? ¿Quién sabe? De lo que no cabe ninguna duda es de que está rara, cuanto más la miras, más rara la ves.
Entonces decides prestar atención a B, puesto que A cambió sin que tu en un primer momento te percatases de ello, igual le ha ocurrido lo mismo a B.
La miras, la remiras, y ves que en efecto algo en ella es distinto, quizá sea la tripa, parece que ha engordado -¡Igual está embarazada y no nos ha dicho nada!- pero no, no creo que sea eso. Que ha cogido unos kilos, de eso no hay duda, pero sigue siendo B, eso es seguro; porque 8 no es, aunque depende del ángulo en que la mires, desde lejos podrías confundirlos con muchísima facilidad.
Puestos a dudar, ya dudas hasta de ti mismo, y comienzas a pensar que si al igual que cambiaron A y B, y puesto que C desapareció para dar paso a J, ¿No habrás cambiado tu también? Vas corriendo al espejo y te miras detenidamente. Tu te ves igual que siempre, alto y delgado, con ese punto de distinción siempre sobre ti, eres una i más, unas veces, cuando te creces y te vienes arriba, eres una elegante y esbelta I, otras, la mayoría de las veces, una i normalita y corriente, del montón, a no ser que recaiga sobre ti el peso autoritario de la entonación, entonces el punto se torna acento, y que nadie se atreva a llevarte la contraria.
Entonces te das cuenta, si tú cambias por impulsos, dependiendo del momento y del lugar, de las siempre recurrentes y recurridas circunstancias, del manido "depende" ¿Por qué motivo no lo va a hacer el resto del abecedario?
¿Cuantos esquemas habré roto con mis cambios? -te preguntas- ¿Cuantas pautas tenidas por exactas habrán cambiado por mi culpa? A cuántas letras, palabras, frases, historias, vidas, habré dado un vuelco, y para mal o para bien habrán cambiado el sentido de sus oraciones, tal vez descarrilando en unos desidiosos puntos suspensivos, o chocando contra el intolerante muro de un punto y final.
¿Y si desapareciera? ¿Serviría de algo decir “lo sento”?

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