jueves, 16 de septiembre de 2010

Madrid-Petrosani-Madrid.

    Capítulo VII:

    El aire en el exterior era frío. Las mangas y pantalones cortos no abrigaban lo suficiente en aquel rincón de Eslovenia, una vez vencido el sol y con la luna sonriendo ya en un cielo punteado de estrellas. Aunque parezca mentira, por una vez en todo el viaje entramos por la puerta trasera del autobús buscando el calor y el recogimiento de nuestros asientos, sin importunarnos la densa atmósfera que se había venido formando en las aproximadamente treinta y dos horas de travesía.
    Nos sentamos más juntos que de costumbre, intentando atrapar el calor corporal que desprendíamos y nos fundimos en un abrazo al tiempo que con las manos nos frotábamos mutuamente espaldas y brazos, intentando aliviar así el frío de nuestro contrario.

-¿ Te das cuenta que es la primera vez que nos abrazamos en todo el viaje?- En la voz de klara se mezclaban la sorpresa y la chanza de forma casi proporcional.

-La verdad es que ahora que me paro a pensarlo tienes toda la razón. Pero tú me comprenderás que con los calores y sudores que hemos pasado, lo último que apetece es apretarse y restregarse. Además que debemos tener un aspecto deplorable.

    No  teníamos espejos para verificarlo, pero nos teníamos el uno al otro para describirnos el brillo de nuestros rostros o la suciedad pegada a nuestros cuellos así como el deplorable estado de nuestro pelo.

    Por lo menos, esta noche, no transitaremos por los infiernos.

    La tregua que nos dio el calor, así como el cansancio acumulado hicieron el resto, sin apenas darnos cuenta caimos rendidos a una encadenación de sueños ligeros de los que saliamos para apenas abrir un poco los ojos, cruzar dos somnolientas palabras o buscar acomodo en otra postura, para una vez hecho esto, volver a caer rendidos en manos de morfeo.

    Creo haber entreabierto los ojos en uno de esos lapsos entre sueño y sueño y encontrarme a lo lejos con las luces de Budapest, amarillas en la lejania, como una inmensidad de pequeñas hogueras repartidas en torno al Danubio, pero por desgracia para mi y para quienes esto lean, a día de hoy no consigo acertar con la realidad o irrealidad de dicha imagen. Una cosa es cierta, tenía más de irreal y mágica -de febril y vaporosa ensoñacion- que de imagen real; pero ¿Ysi fuese real? ¿Y si no hubiese sido un sueño?  Entonces si así fuese, sólo nos quedaría una alternativa: volver, volver para perdernos contando, desde el puente Széchenyi, las luminarias reflejadas en el gran rio, como un servidor se pierde recordando los fueguitos de Galeano que a lo largo de mi azarosa vida abrasaron, aunque solo fuera durante un segundo, mis pupilas.
El mundo es eso - reveló-. un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales.Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas; algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman, pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.
    Amaneció el martes, el último día de aquel sin par tour, en una carretera de doble sentido, con el firme irregular, de tal modo que Klara y un servidor, así como todos nuestros acompañantes, parecíamos transitar a lomos de alguna atracción de feria. A ambos lados de la cuarteada carretera, campos y pequeños huertos salpicaban el paisaje. Recuerdo la voz de María, con los algodones del sueño enredando aún sus cuerdas vocales, dándo los buenos días y mirando por la ventana intentando encontrar alguna referencia, un hito en el paisaje, para así actualizar su propio e interno GPS, aquél adquirido a fuerza de realizar multiples viajes como aquel, verano tras verano, en busca del abrazo tibio de su hijo.

- Dentro de dos horas, a las ocho, más o menos, llegaremos a Arad- dijo con su singular sonrisa bailándole en la cara.
Su pareja asintió, solemne. Un par de horas más y estarían en casa, con su hijo y sus familias. Me alegré por su alegría. Era lo justo. Era lo merecido.

    En el plazo de tiempo estimado por nuestra compañera de fatigas, apareció ante nosotros el desvencijado puesto fronterizo, la línea imaginaria que separa Hungria y Rumanía se dibujó con color óxido en mi memoria, y las manchas de óxido, como todos ustedes saben, se eliminan con enorme dificultad. Los paises vecinos, como ocurre en casi todos aquellos que comparten frontera, se encuentran enemistados de propia cercanía.

Cuando el autobús se detuvo, metros antes de la barrera, el conductor pidió la aportación "voluntaria" de tres o cuatro euros por cabeza, para evitar que la policía fronteriza hungara nos retuviese tanto tiempo como a ellos se les antojase existiendo motivo o sin él. No podía creerlo. A estas alturas de la película, se nos estaba solicitando un soborno en toda regla. Con billetes metidos en las páginas centrales de un pasaporte y demás. Aportacion voluntaria.

-¿Que es lo que dice?-le pregunté a Klara.
-Nada, que estos húngaros son unos cabrones- años de abusos y rencores heredados se colaban en su voz.
-¿Pero por qué? ¿Que es lo que pasa ahora?
-Pues que o les pagamos o nos tienen aquí parados hasta que ellos quieran.
-¡Pero no pueden hacer eso!
-Claro que pueden. Si quieren pueden revisar maleta por maleta, hasta el último neceser, con el tiempo que ello conlleva. Así que si no queremos perder del orden de tres o cuatro horas, ya les estamos pagando.
-¡Hijos de puta! ¡Pero eso es ilegal! ¡Esto es la hostia!- Estaba realmente indignado, si no lo hubiese visto y sentido en mis propias carnes nunca lo hubiese creido.
-Tenemos que poner tres euros cada uno-dijo con la voz resignada de quien sabe que no queda otra alternativa.
-Ya, lo de los trei euro lo he entendido- Eché cuentas mentalmente- así es que se sacan del orden de 140 euros por autobús. Hijos de puta. ¿Cuantos autobuses pasan por aquí diariamente?- Por lo pronto teníamos uno justo delante y otro detrás de nosotros, la vista no me daba para ver más allá. Y eran las ocho de la mañana. Los muy cabrones iban a hacer su agosto y nunca mejor dicho.
-Ni se sabe. De todos modos da gracias. Cuando yo viajé a España por primera vez, antes de entrar en la unión, teníamos que poner treinta euros cada uno.
-¡Pero eso son casi 1300 euros por autobús, así por encima!
-Bienvenido a Rumania. Aquí esto es lo más normal del mundo.

    Una chica joven, que habia cometido el pecado de sentarse en la primera fila del autobús, fue la encargada de realizar la singular colecta. Cuando llegó a nuestra altura, su cara era una mezcla de verguenza propia y odio hacia aquellos que reclamaban aquel particular donativo. Klara la alargó un billete de cinco euros que encontró rápido acomodo en una mano derecha cargada con todos los billetes que había venido acumulando desde la parte delantera hasta la trasera del autobús.

    El autobús que nos precedía franqueó la barrera. Avanzamos lentamente apenas unos metros, para de nuevo detenernos junto a la caseta del puesto fronterizo. Por las escaleras delanteras del autobús apareció un policia húngaro, rechoncho y con bigotes, dispuesto a revisar las documentaciones. Se podía cortar la rabia y el odio de los viajeros hacia aquel personaje. Si las miradas matasen, ese hombre habría muerto acribillado nada más emerger por la parte delantera del autobús. Era el último eslabón de una cadena que venía asfixiando a un pais desde tiempos inmemoriales. Una cadena que era necesario destruir.

    Cuando le tendí mi dni, lo observó asombrado. No sabía por dónde cogerlo. Miró la parte frontal y se entretuvo en la trasera, como si realmente entendiese lo que leía. -Gilipollas, pensé- cuando recogí de nuevo mi documentación le miré directamente a los ojos, intentando que mi mirada dijese lo que no podía decir con palabras. Asco, me das asco. Eres un enorme saco de mierda. Le arrebaté bruscamente el carnet de la mano cuando me lo tendió, intentando así mostrar mi indignacion y mi falta de respeto hacia su supuesta autoridad. Me miró como si no fuese con él la cosa y recogió el pasaporte que le ofrecía Klara.

    Una vez concluida la revisión de documentos, el gendarme se apeó del autobus como había subido, sin pronunciar una sóla palabra.

    Avanzamos unos metros. Klara me miró. No hacían falta palabras. Habíamos llegado.

1 comentario:

vitruvia dijo...

Algo bueno tenía que tener mi falta de tiempo para visitar los blogs que me gustan, y es que he podido leérmelo de tirón. Eso sí, una vez leído hasta aquí quiero más, así que espero tener otros siete capítulos para cuando vuelva.

Por cierto, buen remedio el del Kh7