miércoles, 10 de junio de 2009

Diarrea mental

Permitidme un consejo: No enferméis.
Razón tendríais si me dijeseis que estaríais encantados de poder seguir mi consejo, pero como es obvio, no podéis. Desgraciadamente no depende de uno el hecho en sí de caer enfermo, -cuando, cómo y dónde uno quiera- en contra de lo que puedan pensar las empresas que nos exprimen los segundos de vida y lo que es peor, el IMS (Instituto Madrileño de la salud) que debería velar por nuestra calidad de ídem.

Parece ser que en el aire de esta malsana ciudad llamada Madrid anda al acecho de perros flacos, un virus de esos que te hace pasar el día con el trasero pegado al inodoro, al tiempo que, cual niña del exorcista, echas por tu pecadora boca hasta la cosecha 80-81 gran crianza de tu jugosa bilis. Contado con estas palabras, puede parecer algo hasta digno, creerme que no lo es.
Pongamos por ejemplo, que el bichito en cuestión decide comenzar a hacer mella en tu mala salud de hierro (Sabina Dixit) una noche entre domingo y lunes de cualquier semana, de cualquier mes, y por qué no, de cualquier año. Pongamos puestos a poner, que para hacer más patente tu patético y vergonzoso estado, como testigo de tus andanzas nocturnas está tu paciente novia, que por suerte para ti no decide abandonarte en ese mismísimo momento, si no que te cuida y te mima como si se tratase de tu santa madre, ganándose así una gran porción de esa víscera sanguinolenta donde los sádicos poetas dicen reside el amor.
Digamos que en estas idas y venidas, pasas entretenido la noche, vaciando tus entrañas de malos humores y dejando a tus ojos huérfanos de sueño.
Dan las 07:00 en el reloj y desde el sofá del salón, dónde te has retirado para conceder una tregua a tu aún de momento novia, ves extenderse la claridad del nuevo día, esperando que la luz ponga fin a tu tormento.
Decides coger el teléfono para decir a tus compañeros de trabajo que sintiéndolo mucho no vas a poder cumplir con tu obligación en el día de hoy, y que si alguno sería tan amable de hacerte el turno. Aquí, aunque resulte obvio, debes decir que el turno le sería devuelto el día que él eligiese o abonado en nómina al buen samaritano de turno. Huelga decir que "marrones" como éste se los habrá comido a pares un servidor en los años que lleva en la empresa.
Samaritanos, en Samaria.
Cuelgas prometiéndote tener cosas más importantes que hacer la próxima vez que alguien te pida un favor.
Llamas a tu jefe de equipo, y le cuentas la novela.
A regañadientes te dice que vale, que ya se buscará la vida, pero que no se te olvide llevar el justificante médico al día siguiente. Como también es obvio, y lo mandan las más elementales normas de conducta, le das las gracias, como si estuvieses obligado a ello.
Las manecillas del reloj forman algo así como una J sobre la blanca esfera del reloj. Llamas al centro médico para pedir cita y una señora con voz de pito te informa que tu doctora pasa consulta por la tarde, cosa que ignorabas –es lo mínimo que te puede pasar cuando para poner un pie en una consulta, el otro lo tienes que tener camino del más allá- pero que para el día en cuestión ya no podía darte cita, que tendría que darte cita para la tarde del día siguiente.
En éstas tú estás pensando, que no estaría nada mal poder pasar a la señora con voz de pito con tu jefe de equipo y que se lo contase directamente a él, a ver si le hacía la misma gracia que te estaba haciendo a ti.
Le dices a la voz de pito muy educadamente que tú cuando te encuentras mal es hoy, que mañana no sabes cómo estará tu cuerpo, si es que no ha acabado yéndose todo él por el retrete.
Sugieres la posibilidad de ir a la mañana del día siguiente, confiando en que te aguante tu mala salud de hierro, para a la tarde del siguiente día poderte incorporar al trabajo.
La voz te dice que para eso tendrías que cambiar de doctora y pasar al turno de mañana, pero que debes hacer la gestión personalmente, que no se puede realizar a través del teléfono.
La señora sigue hablando mientras tú estás pensando tu epitafio y preguntándote cómo es posible que a las 9:00 de la mañana ya estén ocupadas todas las citas para una doctora que pasa consulta por la tarde. ¿Será que la gente sabe con antelación cuando va a enfermar y piden la cita con la consabida anticipación? ¿Será que tú eres un bicho raro y no sabes prever que vas a caer enfermo?
Cuando vuelves a los mundos de Roca, la señora con voz de pito te está diciendo que es todo lo que ella puede hacer por ti.
Cuelgas y te vas con tus dudas a despertar a tu sufrida novia.
-¿Cariño (nunca la llamas así, pero aquí queda bien decirlo así) tu sientes con al menos una antelación de 24 horas que vas a caer enferma?-
Te mira con cara de pena y lees sus pensamientos.
-Pobrecito, las pocas neuronas que tenía se le deben haber escapado por el retrete-

Dejas pasar la mañana, tu estomago vacío te ofrece una tregua. Tientas a la suerte y ofreces un puñado de arroz hervido a tus enojadas tripas.
Parece que la cosa marcha más o menos bien.
Te armas de valor y decides acercarte al centro de salud, de camino vas rezando para que tus tripas no decidan expulsar violentamente los contados granos de arroz que las has ofrecido en sacrificio. Te vas diciendo a ti mismo, como para convencerte, que igual si le hechas morro y le montas un “pifostio” de tres pares de cojones a la de la voz de pito, la señora doctora tendrá la amabilidad de recordar aquello que allá por sus años de estudiante de medicina la contaron sobre el juramento hecho por un tal Hipócrates de Cos allá por el siglo V a.d.C

Te acercas al mostrador de información y te diriges a la única señora que hay tras él, esperando escuchar su voz de pito.
- Buenas tardes, creo que he hablado con usted esta mañana, mi doctora es doña Fulanita de tal, pero ya no podía darme cita para esta tarde y me dijo que si quería que me diesen cita para mañana por la mañana tendría que cambiar de doctora.

Cuando escuché su voz sabía que me había confundido de persona
-No ha hablado conmigo, igual ha sido con mi compañera, pero dígame.

Total que le cuentas de nuevo la película a la señora del mostrador.
Muy amable, muy comprensiva, todo lo que usted quiera, pero inflexible como ella sola. Si no tiene cita no puede pasar. Esa es la máxima a la que se agarra la buena mujer como a un clavo ardiendo.
Te dices que ésta señora de Hipócrates no debe haber oído hablar en su vida, así es que para qué hacerla pasar un mal rato.
Resumiendo, que el “pifostio” te lo acabas montando tú en tu cabeza, ciscándote en los muertos de la señora Esperanza Aguirre y del Güemes de turno, que por lo que me escupe Google acerca de su persona es yerno de un tal Fabra. Ahora voy entendiendo mejor las cosas…
Resumiendo, que cambias de doctora para conseguir que te den cita a la mañana siguiente, no ya con la intención de que puedan aliviarte de tus males, eso ya tienes asumido que corre por tu cuenta –Eso sí, luego vendrá el ministerio de sanidad y la puta que los parió a todos, gastándose el dinero de los contribuyentes en campañas publicitarias para que el español medio, aquel que no puede pagarse la sanidad privada que fomenta con su mala praxis la señora Esperanza y sus secuaces, no se automediquen. ¡Tócate los cojones Mariloli!- si no para que te hagan un maldito justificante que sirva para demostrar tu incapacidad para realizar tu labor profesional durante el día de la fecha por motivos de salud.

Al día siguiente. 09:30 de la mañana.
Después de haber mantenido tus constantes vitales durante 24 horas a base de Aquarius de limón (aquí dices la marca porque te sale de las gónadas y en señal de agradecimiento), arroz hervido y jamón de York, te presentas en la consulta, la cual encuentras después de deambular durante unos minutos perdido por el centro, más bien con la sensación de no saber qué coño haces allí. Ya no tienes ninguno de los síntomas que ayer te llevaban por la calle de la amargura, es más, incluso te sientes un intruso entre los rostros de ancianos y ancianas que discuten animadamente.
–Para mí quisiera a los ochenta la mala salud de todos estos- te dices
La que debe ser tu doctora asoma por la puerta y dice tu nombre.
Te levantas y entras casi avergonzado en el consultorio.
-Buenos días, yo venía porque ayer me encontraba muy mal, con vómitos y demás, y no pude ir al trabajo, pero ya hoy me encuentro mejor…
- ¿Quieres que te haga un justificante?
- Si pudiese ser, es que me lo han pedido.
- La próxima vez lo que tienes que hacer es venir el día que te encuentres malito- te dice como si fueses un niño pequeño.
Agarras el puto justificante y sales de la consulta apretando los dientes para no decirle a la doctora, ésta si debería saber quién es Hipócrates, la opinión que te merece la sanidad pública.

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