sábado, 20 de junio de 2009

Un caluroso 19 de junio

Madrid arde. Los termometros dilatan su mercurio para, a las 22:30 horas de esta pegajosa noche de junio, alcanzar la marca que indica los 32 grados celsius. Observo desde la ventana completamente abierta de mi habitación como en los macilentos balcones de enfrente, personas a las que por definición les corresponde el título de vecino a pesar de que no nos conocemos, se asoman con el torso desnudo y la boca abierta, cual peces en un estanque a punto de secarse, intentando llevarse a los pulmones una porción de brisa fresca que para su desgracia no llegará esta noche.
La gente camina pausada por las calles, con la ropa justa como para no ser acusada de escándalo público. Las hojas de los arboles permanecen inmóviles, atrapadas en un eterno fotograma. El aire pesa más de lo habitual, haciendo que los trapos se peguen a la piel y el mero hecho de andar se convierta en un pequeño suplicio que sobrellevamos con pequeños pasos en los que las suelas de los zapatos apenas se despegan del abrasador suelo.
El humo tóxico de los coches que circulan por las calles, se me antoja aún más tóxico en días como este, mientras la amarillenta luz de las farolas se refleja en la sofocada piel de los paseantes otorgandoles un brillo nada higiénico.
Toca noche de insomnio veraniego, y a pesar del cansancio de un día largo en exceso, los dedos se deslizan rapidos sobre las teclas del ordenador, intentando conjurar los calores estivales pulsación a pulsación. El tac-tac-tac del teclado rompe el silencio de plomo que pesa sobre este extremo de la ciudad mientras una luna de estaño, allá arriba, a lo lejos, tambien parece enjugarse cráteres de sudor y polvo, tal vez intuyendo que el ser humano se plantea volver a plantar de nuevo sus inmundos pies sobre su yerma superficie.
El mismo ser in/humano que es capaz de colocar bombas lapa en los bajos de un vehiculo para acabar con la vida de otro ser vivo de su misma especie, por el simple hecho de que este último dedicaba sus esfuerzos personales y profesionales a la detención de hijos de puta en potencia y en vigencia. Desgraciadamente el inspector de la Policía Nacional Eduardo Puelles García no podrá colaborar -como ya lo hizo anteriormente en 70 casos- para poner entre rejas a los cabrones que adosaron la bomba al deposito de gasolina de su Renault Megane, pero estoy seguro que otros con el mismo valor que él tomaran su relevo, apartando de la sociedad a aquellos seres humanos con defectos de fábrica cuyo único objetivo es matar a sus semejantes.
Sobre las revueltas sábanas de una cama deshecha me espera la última heroina en tinta impresa, se llama Lisbeth Salander, y por lo que hasta el momento conozco de ella promete ofrecerme una noche de lo más entretenida.
Os mantendré informad@s.

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