La conocí como Abril, muchos abriles después, en un Viaje a las Antillas, cabalgando los alisisios, en pos de un doncel de cuyo nombre no puede ni quiere acordarse.
Obtuvo el favor de las musas cuando, sin querer queriendo, plasmó, negro sobre blanco, aquellos versos brillantes y redondos como un sol de invierno, que aún hoy rebotan en mi memoria.
Y convertida en aroma
regresaré tan deprisa
que al despertarme mañana
aún te huela en mi camisa...
A la sombra de la sombra de la higuera, desenterré un corazón infartado, esperando encontrar en el sístole y diástole de su no latir, la mágica cadencia de un poema que me hiciera su digno competidor en el ingrato oficio de rimar versos.
Caí derrotado en el lance, pero a cambio, quiero pensar, obtuve como recompensa la complicidad de quien, como uno mismo, vive, porque sin vivir, no sabe escribir.
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