viernes, 23 de julio de 2010

Hermanos de sangre

No sé si la palabra es egoísmo, o simplemente instinto de supervivencia, quién lo sabe. El caso es que llegado el momento, ni el hecho de ser hermanos, hermanos de sangre quiero decir, de esos que nacen del mismo útero materno, y comparten juegos y juguetes –esto también es un decir, porque ya en la más tierna infancia nos cuesta hasta esto, quizás dejando entrever lo que vendrá más tarde, con más años y más recelos en la mochila del sobrevivir- nos salva del primero yo, después yo, y por último yo.
Leí en algún sitio que todo ser humano se siente más triste, más vencido y mas humillado que aquel que gime y llora a su lado. Es propio de nuestra especie, lo llevamos grabado en el mapa genético de nuestra existencia y de nuestra supervivencia.
En «El hombre en busca de sentido», Viktor Frankl dice algo así como que en los campos de exterminio nazi, los que consiguieron sobrevivir, los que salieron con vida del infierno, fueron aquellos que no dudaron en pasar por encima del compañero, robar un mendrugo de pan o delatar por él. Los honrados, los justos, padecieron y murieron como tales. «Sólo conseguimos sobrevivir los peores» afirma con la contundencia y la autoridad que le da el ser juez y parte de uno de los capítulos más negros de la historia de la Humanidad.
¿Os preguntareis a cuento de qué viene todo esto? ¿Qué mosca le ha picado al gilipollas éste?
Mis motivos tengo, y buenos además, para que a mi cabeza asomen estos pensamientos y no otros. No hablo de mí, ni de mis hermanos, aún no hemos llegado a ese punto en la vida adulta en que la desmemoria comienza a hacer estragos en las relaciones familiares, aún pensamos, o al menos un servidor piensa –soberbio- que no cometerá los errores que otros anteriormente cometieron. Tan sólo reflexiono y pienso en el ejemplo que a veces recibimos y que por desgracia en un futuro no muy lejano transmitiremos. Termino, como casi siempre últimamente –intentaré no volver a repetirme, pero no prometo nada- con un ojalá; ojalá que no llegue el día en que todos lloremos la pérdida de un hermano, porque la pérdida de un hermano, a veces puede suponer la pérdida de uno mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No lo dudes.

Fantástica la reflexión de Frankl, y muy certera.

Un abrazo