miércoles, 22 de diciembre de 2010

No sé si es porque se acerca la navidad...

    No me pregunten porqué, pero la navidad suele ser una época propicia para hacer limpieza en el fondo de los cajones, tanto en los materiales como en los inmateriales, y estando en ello, he dado con ésto, escrito hace un año por estas fechas y que aún no recuerdo ni entiendo muy bien porqué no lo compartí en su dia. Imagino que no me parecería suficientemente bueno como para secarlo al aire, pero a dia de hoy, un dia igual de húmedo y gris que aquel de hace ya casi un año en que lo escribí, la maldita inspiración cotiza al alza y las no menos malditas musas, esas brokers sin alma de la imaginación, parece ser que me han rebajado su particular rating y se niegan a concederme más crédito. Va a tener razón Garcia Márquez, cuando dice en el libro Yo no vengo a decir un discurso, que el acto de escribir es tal vez el único que se hace más dificil a medida que más se practica.

    No sé si es porque se acerca la navidad, o tal vez –intento engañarme- se deba a que es viernes por la tarde, una tarde gris y apagada, que se escurre por un calendario en el que las aspas que tachan los días ya vencen a los intactos días que están por venir.
    El caso es que algo me empuja a escribir, un nudo me asfixia las palabras que gota a gota salen de mis dedos, y no es tristeza, igual –no lo sé- es melancolía.
    Ayer terminé de leer Mañana no será lo que Dios quiera, igual aún mi piel está impregnada de su esencia, igual la lluvia y el viento del Naranco han llegado a Madrid entre sus páginas. Igual no, quién lo sabe.
    El caso es que leyendo libros así es imposible que a uno no le entren ganas de ser un Ángel González o un Luis García Montero para hacer un monumento a la palabra bien escrita, y escribir y leer y volver a escribir para poder volver a leer.
    Hay guerras que no deberían ser vividas y hay penas que no deberían ser sufridas, pero si el fruto de esas penas y de esas guerras son un buen libro y unos poemas como los de Ángel González, igual el sufrimiento sirvió de algo, que no la guerra.
    Ahora sé que nunca escribiré como Ángel Gonzalez y en el fondo me alegro por ello, porque yo afortunadamente no tuve que vivir lo que a él le tocó vivir siendo aún niño, no sufriré el hambre y el frío de una guerra, no perderé un hermano en ella, no caerá sobre mi familia el rencor y las malas artes del vencedor sobre el vencido. Ahora sé que para escribir sobre los estragos de una guerra no hay como haberla sufrido.
    Lo curioso del caso es que todos los días, cuando salgo del trabajo, en el autobús que me acerca a casa, paso por la plaza de San Juan de la cruz, en la cual se encuentra un bar/cafetería con un nombre peculiar, Kon-Tiki, creo que desde el primer día llamó mi atención, no sólo por el nombre; me pareció un lugar acogedor y tal vez distinguido, lo que yo por aquel entonces no sabía es que esa cafetería era una dependencia más de la casa de Ángel González, que en ella pasaba las horas, y ahora lo que me aprieta por dentro es el saber que igual uno de esos muchos días en los que yo pasé por su puerta, él estaba ahí, tomándose su whisky on the rocks, sentado en la barra, acompañado de su padre y su abuelo materno, muertos de muerte imposible como ahora lo es él. Me he prometido que una de estas noches, al salir del trabajo, me voy a apear del autobús en la parada de San Juan de la cruz, voy a entrar al Kon-Tiki y me voy a tomar un whisky en honor a don Ángel González, igual, quién sabe, como buen muerto de muerte imposible, me pide un trago.



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