jueves, 2 de diciembre de 2010

[El] cuento de [la] navidad.

    Ya es diciembre, que en mi subconsciente viene a ser lo mismo que decir navidad, y ésta a su vez viene a ser lo mismo que decir cuento, en la quinta acepción que nos da la RAE, claro está.
    Llevo toda la semana dándole vueltas a la idea de escribir un cuento navideño. Sí, así como lo oyen, ya ven qué cosas se me pueden llegar a ocurrir, original y transgresor que es uno. Ustedes dirán, con toda la razón del mundo, que para cuentos está el ídem en general y España en particular. Pero el caso es que, o no tengo suficiente imaginación o no dispongo del talento necesario, o lo que aún es peor, ambas cosas a la vez; porque en mis cuentos siempre acaba muriendo el protagonista, ya ven, con lo fácil que sería escribir el socorrido y fueron felices y comieron perdices, pero ni por esas, siempre se me moría, el muy desconsiderado, y los cuentos de navidad, como todo el mundo sabe, por real decreto han de tener final feliz.
    El caso es que no me sale nada digno, y lo poco que me sale, son topicazos de los que hacen subir los niveles de azúcar en sangre hasta niveles próximos a la hiperglucemia.
    Así que me he dicho, que coño, el que quiera cuento de navidad que se escriba uno. Yo si quieren, les echo una mano. Cójanse un periódico, el que quieran, búsquense la foto de cualquier miserable, uno de aquellos que tan bien describiese Víctor Hugo y que han llegado hasta nuestros días sin perder un ápice en sus atributos, y no me refiero, claro está, a los que en estos días cantan y bailan en cierto teatro de la madrileña Gran Vía. No. Búsquense por ejemplo un buen haitiano, si es niño mejor, con su cólera y sus ojos asustados suplicando que algo o alguien le despierten de la pesadilla; pónganle un nombre, los putos periodistas normalmente no se molestan ni en averiguar el nombre del pobre desgraciado al que fotografían y sobre el que escriben. Yo en su lugar le llamaría Usain, en honor al gran Bolt, aquel atleta de la vecina isla de Jamaica que maravilló al mundo en el campeonato del mundo de atletismo de Berlín al correr los 100 metros en tan solo 9,58 segundos.
    No es necesario que le añadan más miserias a su expediente que las que ya de por si muestra la foto, tampoco es cuestión de ensañarse, bastante tiene Usain con lo que tiene.
    Seis años, desnutrido, camisa a rayas azules y verdes que le viene grotescamente grande, sin hogar, huérfano de padre y madre gracias a aquel terremoto que puso a la parte más occidental de la isla La Española en boca de todo el mundo. Solidaridad con Haití, Juntos por Haití, Un libro por Haití... Miles de eslóganes vacíos de contenido a la vista de los resultados. Ahora parece ser que en nuestro pobre protagonista ha hecho presa la bacteria Vibrio cholerae, supongo que es lo que tiene beber agua sin potabilizar durante casi un año, vivir desde aquel 12 de enero de 2010 en condiciones insalubres, hacinado junto a un millón largo de compatriotas en tiendas de campaña a las afueras de Puerto Príncipe, rodeado de suciedad y excrementos.
    En todos los cuentos navideños tiene que haber un personaje malvado, un tipo huraño que amontona y cuenta monedas de oro, mal encarado, al que el dolor y el sufrimiento de todos los Usaín del mundo se la trae floja. Aquí lo tienen fácil, porque malvados van a encontrar en esta historia por miles. Empresas farmacéuticas; gobiernos y gobernantes con nombres y apellidos, ávidos de la foto con el Usain de turno en brazos, pero ligeros de memoria; estafadores que desvían fondos de ayuda a asépticas cuentas bancarias en bonitos paraísos fiscales, donde la palabra cólera no existe ni existirá jamás; multinacionales, ejércitos, Yo, tú o cualquiera de los millones de personas que nos olvidamos de Haití cuando la tierra dejó de temblar y las televisiones decidieron que aquella desgracia no daba para más en lo que a niveles de audiencia respecta. Ponga el que más le convenga, le presto mi nombre si así lo quiere.
    Pero lo que Usain entiende, lo veo en su mirada, es que a pesar de los pesares, por un segundo le  rozó la suerte el día en que aquel reportero le fotografió sin tan siquiera pedirle permiso para después publicar su foto sin pixelar en una página par de un periódico de gran tirada; porque ahora, con apenas 6 años recién cumplidos, sabe que el hecho de que sobreviva o muera, depende únicamente de lo que usted o yo, como autores de este macabro cuento navideño que nos traemos entre manos, decidamos.
    Aquí lo dejo. Hasta aquí puedo guiarle, ya le he dicho que en mis cuentos navideños siempre acababa muriendo el protagonista y al pequeño Usain, vaya usted a saber porqué, le he cogido cariño y no me gusta la idea de que de mis dedos salga su agonía.

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