sábado, 30 de mayo de 2009

Abuelos

Supongo que hay ciertas cosas que las da la edad, o tal vez no los años en sí, si no las experiencias acumuladas en los años vividos.
Me explico, es posible pero poco probable que alguien que cargue sobre sus espaldas con una saco de pongámosle 70 años siga tan vacío de conocimientos y sentimientos como pudiese estarlo a los 15. Casos existirán, pero los menos.
También posible pero poco probable sería el extremo opuesto, es decir que una persona de 15 años tenga la templanza y educación propia de una de 70. Posible sí, pero tal y como está el patio escolar ibérico, poco probable.
¿Por qué me dan por escribir semejantes conclusiones?
Porque en apenas una semana me he topado con dos abueletes, de los que si no fuese por su escasez de pelo, podría decirse de ellos aquello tan manido de que peinan canas y
para precisar aún más la edad, podría decir aun a riesgo de equivocarme que los setenta ya no los cumple ninguno de los dos, que me han dado sendas lecciones de civismo y dejaron a mis pensamientos balbuceando palabras de disculpa.

Anciano 1:
Autobús nº 45 de la EMT, aproximadamente las 10:45 de la noche de un día laborable cualquiera. Un servidor, después de haber cumplido su jornada laboral y con todo un día a cuestas, visiblemente cansado, lee sentado en los asientos posteriores de dicho autobús mientras posa ligeramente la puntera de ambos zapatos en el asiento de enfrente. La postura es cómoda pues me permite tener apoyado el libro –667 páginas encuadernadas en tapa dura- sobre las rodillas. Debo llevar, minuto arriba minuto abajo, del orden de 15 sumido en la lectura, ajeno al escaso movimiento de viajeros que suben y bajan del autobús a dicha hora de la noche.
Entonces oigo su voz un tanto indignada diciendo:
-¡Joven, esos pies! Parece mentira, tanta educación, tanto libro... ¿No ve que luego ahí va a tener que sentarse otra persona?
Levanto la cabeza y compruebo que se dirige a mí, no puede dirigirse a nadie más pues por fortuna –mi vergüenza quedará única y exclusivamente registrada en sus ojos- el autobús se encuentra vacío, a excepción del conductor del mismo.
Mi cerebro comienza a funcionar a un ritmo frenético intentando buscar una respuesta con su correspondiente excusa a cuál más ingenua e inútil;

-Pero si tengo la suela de los zapatos limpios– calzaba unos mocasines de piel marrón, con la suela también de piel y tan solo unos segmentos de goma negra y blanda distribuidos por ella como únicos apoyos.
-Disculpe pero he tenido un duro día de trabajo, estoy sumamente cansado y tengo las piernas cargadas. Pero tiene usted toda la razón.

Me di cuenta que no había excusa posible, no me salían las palabras, así que por respuesta bajé rápidamente los pies e imagino que le miré con cara de “lo siento, no volverá a ocurrir”.
El caballero descendió a duras penas del autobús aún con cara de indignación. Yo me quedé allí, sin poder abrir la boca, como un tonto, con cara de “yo no quería pero es que...”





Anciano 2:
En el trabajo me dejan un sobre a nombre de Don Fulanito De no sé qué y no sé cuántos, Presidente de la federación Tal y Pascual, que vendrá a recogerlo en persona a lo largo de la tarde.
No me preguntéis porqué pero yo me imagino a Don Fulanito De no se qué y no sé cuántos como el típico cuarentón encorbatado, con gomina hasta el cogote y más estirado que el palo de una escoba.

A eso de mediada la tarde, por la puerta giratoria accede a duras penas y con paso lento un anciano un tanto decrépito –me recuerda al maestro Yoda de La guerra de las galaxias, bastón incluido-, se me adelanta y me desea unas «muy buenas tardes» y se detiene junto a una mesa repleta de libros.

- ¿Esto en que consiste?- me pregunta.

Interiormente pienso, la que te viene encima amigo, ármate de paciencia, que éste tal y como está el panorama inmobiliario últimamente no ha encontrado una obra a mano a la que hincar el diente y viene a echar la tarde.

- Es un intercambio de libros, usted deja uno y puede coger otro, anotando el libro que lleva y el que deja en el formulario que tiene sobre la mesa.
- Es interesante. ¿A quién se le ocurrió la idea?

Lo que me temía, que no debe haber obras al menos en un radio de tres kilómetros.

- Pues la verdad que no lo sé. Lo hicieron con motivo del día del libro y dada la aceptación aun continua.
- Muy bien, muy bien... discúlpeme, pero aun no me he presentado –se acerca a duras penas y me tiende la mano, se la estrecho un tanto confundido, está fría, hoy en día estas cosas ya no se dan- soy Don Fulanito De no sé qué y no sé cuantos venía a recoger un dossier que le han dejado aquí a usted a mi nombre.

Algo hace “clic” en mi cabeza intentando colocar su imagen en el espacio que acaba de dejar vacante la que yo prejuiciosamente me había creado con anterioridad. Imposible, no encaja.

Le tiendo el sobre y me da las gracias para acto seguido continuar con la conversación como si tal cosa.
- ¿Qué tal lleva la tarde? ¿Esto es tranquilo no?
-Bien, gracias. Sí, la verdad es que es muy tranquilo, pero mejor así.
- ¿Le gusta leer?
- Sí, por aquí tengo el libro que me estoy leyendo ahora, así me distraigo.
- Hace usted muy bien, hay que leer. Normalmente dicen en la tele que la gente joven no lee, pero es mentira, yo creo que sí lee, pero a ellos no les interesa que lean.
Si leen no les ven- Sonríe como un niño pequeño.

No puedo hacer más que asentir y darle la razón.

Se despide de mí diciendo:
-Bueno no le entretengo más, que usted tendrá cosas que hacer. Que tenga buena tarde y que le aprovechen sus lecturas. Muy amable y gracias de nuevo.
-Gracias, igualmente.

Veo como Yoda sale de nuevo a la soleada tarde, no ya con la intención de criticar obras si no con la de inculcar la afición a la lectura, ocupación esta más digna para un maestro Jedi como lo es él.

Moraleja. Afortunada o desafortunadamente todos acabaremos convirtiéndonos con el paso de los años, en el mejor de los casos, en decrépitos Yoda.
Respetémosles si queremos que en un futuro seamos respetados y aprendamos de su educación y de su andar pausado.

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