domingo, 24 de mayo de 2009

Cercanías renfe

Leo sentado en un banco de la estación de Atocha El juego del ángel de Carlos Ruiz Zafón mientras espero el último tren de cercanías. El anden de la vía 3 está semidesierto mientras chicos y chicas vestidos para quemar esta madrileña noche de sábado deambulan con bolsas de supermercado repletas de botellas de bebidas espirituosas por el vestíbulo de la estación.
Siento el solitario taconeo de una de esas chicas tipo acercarse y sentarse en el banco situado a mi espalda, me llega la
empalagosidad de su perfume, yo sigo leyendo, intentando vencer a la curiosidad, pero esta acaba ganándome y giro levemente la cabeza. Es morena, pelo largo, algo rizado, no alcanzo a ver más. Sigo leyendo. Es inútil, no puedo.
Miro el cartel luminoso -próximo tren llegará en 1
min.-, me levanto y me acerco al borde del andén. Llega el tren. Siento la presencia de la chica a mi derecha. Ahora sí la miro.
-¡Madre
mia! ¿Como se puede salir así a la calle?- pienso.
La chica -más bien niña- está buena, para que negarlo. Pero la mayoría de las veces es mejor insinuar que enseñar, y esta enseña demasiado.
Se abren las puertas del tren. Entro primero, no vaya a pensar que quiero mirarla el trasero.
El vagón está casi
vacío. Puedo elegir asiento y elijo uno de esos que están enfrentados dos a dos.
Abro el libro con la intención de seguir leyendo pero... la chica decide sentarse en el asiento de enfrente. No sé porqué pero la situación me pone nervioso. Intento leer. No puedo. Veo unas piernas rematadas en un zapato negro con tacón de vértigo. Devuelvo los ojos al libro -cuando desperté, la habitación
permanecía en penumbras y Chloé se había marchado- es todo lo que consigo leer; la señorita se revuelve y saca algo del bolso. Levanto la cabeza, decidido. Tengo la intención de ver su cara por primera vez. Tiene la cabeza ligeramente agachada y un diminuto espejo circular en una mano mientras con la otra parece retocarse el contorno de ojos. Tiene un piercing, de esos que se colocan en la zona superior del labio, en este caso en el lado izquierdo.
Mis ojos cobran vida propia y van a posarse en unas tetas (no son pechos, son tetas) jóvenes, redondas, que se asoman desde el balcón de un amplísimo escote, a una altura totalmente antinatural ,de tal modo que parecen querer asfixiar a su propietaria.
-¡Tierra
trágame!
Vuelvo al libro, ahora ya sin la intención de leer, simplemente intentando mantener mis ojos alejados de mi anterior visión.
-
Joder, joder, joder... si esto me pasa con unos años menos-, me digo. A lo que otra voz interior me responde: -si esto te pasa con unos años menos sales incluso corriendo, !"pringao"!-
Por la
megafonía se oye la cantinela de turno -próxima estación Nuevos Ministerios, correspondencia con...-
¡Por
fin!, esta es mi parada.
Coloco el
marcapáginas y me dispongo a salir, un par de piernas se interponen en mi camino, giran aproximadamente 45º con la intención de darme espacio. La minifalda se hace aún más mini. Levanto la cabeza, hago un esfuerzo para superar con mis ojos esos dos promontorios y alcanzar a ver su rostro. No es ni guapa ni fea. Del montón. Y sonríe.
!Será
cabrona!

No hay comentarios: