martes, 12 de mayo de 2009

El teniente Ruiz

«La Historia es nuestra y la hacen los pueblos»
Salvador Allende


Sobre la mesa, al lado derecho del ordenador en que escribo estas letras, acabo de dejar el libro que me ha tenido entretenido durante los tres últimos días. Está forrado con las páginas centrales de un magazín dominical, la verdad no recuerdo cual; podría perfectamente tratarse del de El Mundo por la basta textura del papel, pero tan sobado se encuentra del trasiego al que le he sometido durante estos tres días que bien podría, a simple vista, pasar por el de una revista cualquiera al uso, por los brillos y suavidad adquiridos.
Pero yendo más allá de la rudimentaria protección, si rasgo ese papel que lo envuelve y que coloqué con el fin de proteger el maravilloso libro que antes de leerlo ya intuía que era, encontramos la causa por la que durante estos días y en los que sospecho seguirán, este que escribe no pueda pasar ante calle o escultura madrileña sin pararse a leer detenidamente en honor a que acontecimiento o personaje deben su nombre.
Estamos rodeados de Historia, unas veces honrosa y otras menos, pero la mayoría de los mortales, las más de las veces no somos conscientes de ello. Sin ir mas lejos, un servidor, el cual pasa día sí día también por la céntrica Plaza del Rey, situada para más señas junto a las calles del Barquillo e Infantas, no había reparado hasta anteayer en una escultura de bronce que se encuentra en dicha plaza. Mejor dicho, y para ser fiel a la verdad, sí había reparado en su presencia, lo contrario resultaría casi imposible, en lo que no había reparado era en la persona en honor a la cual está erigida.
Pero el otro día la curiosidad y un raro impulso me pudieron, la rodee buscando la placa en la cual esperaba encontrar quien era aquel personaje con las piernas ligeramente flexionadas -la derecha un poco por delante de la izquierda- dando sensación de movimiento, el brazo izquierdo en alto –echado ligeramente hacia atrás- en actitud demandante y el derecho portando un sable, con la chaquetilla del uniforme perfectamente abotonada; Cuando descubrí la placa, una rara alegría se apoderó de mí, como cuando te cruzas con una persona célebre, de esas que de tan célebres ya nos parecen uno más de la familia, y entonces te dices a ti mismo –coño, este es Fulanito, el de tal acontecimiento-
En este caso Fulanito era el teniente Jacinto Ruiz Mendoza, uno de los muchos personajes, sería más correcto decir personas, que el dos de mayo de 1808 defendió con su vida (murió poco tiempo después, a consecuencia de las heridas ocasionadas por los dos disparos que recibió aquel fatídico día) el Parque de artillería de Monteleón del acoso de las tropas francesas. El cuartel cayó y con él la mayoría de las personas, civiles la mayor parte, que lo defendían; pero supuso el comienzo del levantamiento popular y nacional contra la “invasión” francesa.
Ahora lo sé, ahora conozco su gesta y la valentía con la que dicen luchó aquel día -a pesar de la fiebre que le consumía-, en que la sangre corrió por muchas de las calles que ignorante de mí más de una vez he pisado sin ser consciente de la cantidad de personas que se dejaron en ellas la vida de una manera atroz.
Y lo sé gracias a ese libro que está merecidamente descansando sobre mi mesa, y si vamos un poco más allá puedo asegurar que lo sé gracias a un tal Arturo Pérez-Reverte que se tomó la maravillosa molestia de escribirlo y de documentarse como siempre lo hace, es decir, cojonudamente bien.
El libro en cuestión, para quien aún no lo haya identificado o no supiese de su existencia, lleva por nombre «Un día de cólera» y relata de una manera magistral la violentísima jornada del 2 de mayo de 1808 en esta ciudad llamada Madrid.
De sobra está decir que os recomiendo a tod@s su lectura.
Aunque os parezca una tontería, da cierto “gustirrinin” el hecho de conocer y poder asociar el nombre de una calle, una plaza o una escultura de un hombre arengando a la lucha, con una persona de carne y hueso que en su día luchó por algo en lo que creía, o tal vez no creía, pero su honor y su deber con un pueblo así se lo demandaban.



No hay comentarios: